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El Chapo Guzmán, el preso más vigilado del mundo
El narco vive sometido a condiciones extremas de seguridad. Otra fuga asestaría un golpe mortal al Gobierno mexicano.
No hay posiblemente hombre más vigilado en el mundo. Veinticuatro horas al día le siguen las cámaras de seguridad, hay sensores térmicos a cada paso que da y continuamente le cambian de celda. En este universo insomne, los perros que le custodian prueban su comida y sus guardias son controlados por otros guardias que a su vez responden a la cúpula de un Estado que sabe que si vuelve a fugarse no habrá muro ni barrote que contenga la indignación popular. Es Joaquín Guzmán Loera. El Chapo. El enemigo público número uno de México. El preso 3870 de la cárcel de máxima seguridad de El Altiplano.
Hasta la fecha, el líder del cártel de Sinaloa siempre se ha salido con la suya. Su ansia de libertad, así lo muestran los informes psicológicos, es irrefrenable, y su poder corruptor apenas conoce límites. En 2001 huyó del penal de Puente Grande oculto en un carro de ropa sucia. Durante ocho años vivió ahí a su antojo. Y el día en que decidió irse, dejó atrás 62 funcionarios corrompidos hasta la médula. En 2015 dio un paso más y, en uno de los capítulos más humillantes de la historia de las fuerzas de seguridad mexicanas, se escapó por un túnel de 1.500 metros cómodamente conectado al piso de su ducha. Tras esta fuga, el Gobierno tuvo que detener a la plana mayor del sistema penitenciario mexicano, incluyendo al director de la cárcel de El Altiplano, considerada hasta aquel momento inexpugnable.