Jujuy está despertando. Lo que parecía un tablero cerrado, herméticamente diseñado para sostener pactos de impunidad, acomodos dinásticos y acuerdos de subsistencia política, hoy se ve surcado por una irrupción inesperada, potente, visceral: el Frente Amplio, esa construcción política que empieza a encarnar la fisonomía del cisne negro —el fenómeno imprevisible que todo lo transforma— emerge como la gran sorpresa electoral del año.

Mientras el oficialismo provinciano se prepara para una reedición del pacto conservador, ensayando alianzas cruzadas entre radicales apáticos y peronistas domesticados, y La Libertad Avanza corre sola sin estructura territorial, el Frente Amplio avanza como reguero de pólvora, con dirigentes decididos que están librando una gesta silenciosa y heroica. Como en las épocas fundacionales, cuando los generales jujeños recorrían valles y quebradas convocando a los valientes a pelear por la libertad, hoy un puñado de mujeres y hombres militantes recorren el suelo provincial reclutando batallones de cambio, despertando a las bases, dando voz a los postergados y llevando una bandera que vuelve a tener sentido: la patria primero, el pueblo siempre.

En 30 jurisdicciones ya se consolidó el armado, y cada día nuevos espacios se suman, sin promesas falsas ni clientelismo, sino con la esperanza honesta de recuperar la dignidad política del peronismo auténtico, ese que fue secuestrado durante años por burócratas del encierro, que convirtieron al partido en una cárcel de voluntades. Esos mismos que intercambiaron poder por privilegios, discursos por negocios, mística por obediencia. Hoy, ese peronismo carcelario cruje, porque se quedó sin épica y sin base.

El Frente Amplio se presenta compacto, transversal y potente, no solo como una fuerza interna, sino como una alternativa real de poder popular, capaz de devolverle a Jujuy un gobierno con sensibilidad social, con soberanía económica y con justicia territorial. En sus recorridas se respira el olor del pueblo movilizado: docentes precarizados, jóvenes sin oportunidades, productores abandonados, comunidades invisibilizadas, todos empiezan a sentir que esta vez hay con quién.
No es casual que el desborde de la inseguridad haya detonado un cambio de ministro de Justicia. Tampoco es ajeno a la política que la pobreza se dispare, que los sueldos se pulvericen y que los tarifazos locales estrangulen al pueblo. Esos fenómenos, que se presentan como hechos aislados, son en realidad las consecuencias del modelo feudal y extractivista que gobierna desde hace décadas, beneficiando a unos pocos mientras la mayoría sobrevive.

Pero algo cambió. El Frente Amplio no responde a laboratorios porteños ni a caudillos de salón. Es una construcción desde abajo, nacida del dolor, pero también de la esperanza. Y en su marcha lenta pero firme se va dibujando un nuevo destino. Una insurgencia democrática, un llamado profundo al alma jujeña, una señal para los independientes, los desencantados, los expulsados del sistema: es tiempo de dar vuelta la historia.

El 11 de mayo no será una elección más. Será la gran interna del peronismo y de la política jujeña. Se juega si seguimos atrapados en la farsa del «gatopardismo» —donde todo cambia para que nada cambie— o si nos animamos a protagonizar una transformación real. No será fácil, pero tampoco imposible: cuando los pueblos se levantan, los feudos caen.
Que lo sepa el poder: el cisne negro ya desplegó sus alas en Jujuy. Y no hay encuesta ni aparato que pueda detener a un pueblo decidido a soñar otra vez con justicia social, con soberanía y con futuro.