Las últimas horas en la Argentina han dejado en claro que el experimento libertario está en terapia intensiva. La decisión de Milei de eliminar las retenciones fue celebrada como un “golpe de efecto” para que el agro liquide dólares antes de las elecciones, pero el tiro salió por la culata: China aprovechó el “ofertón” y arrasó con cargamentos de soja a precio vil, mientras Estados Unidos, que prometió un salvavidas financiero después de octubre, le advirtió con dureza que reestablezca los aranceles. En otras palabras: el mismo “protector” que lo sostiene exige condiciones que contradicen su propio dogma liberal.
El escenario es de un cinismo brutal. Mientras Milei habla de libertad de mercado, el Tesoro norteamericano dicta qué hacer con la política comercial argentina. Scott Bessent, secretario del Tesoro de EE.UU., dejó claro que el apoyo financiero dependerá de que Milei siga sus reglas: ni más ni menos que la subordinación total a Washington. El rescate, ya anunciado, no es una ayuda: es una cadena. Está condicionado a que Milei sobreviva en las urnas. Es la intervención más descarada en la política argentina desde los tiempos del FMI de los noventa.
Pero lo peor es que la decisión desesperada de Milei, pensada para contener el dólar y exhibir “fortaleza fiscal”, terminó debilitándolo más. El dólar oficial sigue pisado, pero la devaluación real ocurre todos los días: los precios internos suben, la brecha cambiaria se amplía y la sociedad paga el ajuste con salarios pulverizados. La motosierra no corta la casta, corta el bolsillo del pueblo.
Desde el plano geopolítico, la Argentina queda atrapada en un fuego cruzado. China se beneficia directamente del desarme arancelario, compra barato y consolida su influencia regional. Estados Unidos, lejos de permitir esa ventaja, presiona para blindar sus intereses. Milei se jacta de ser un líder “pro mercado”, pero en realidad se transformó en un rehén: un presidente que administra órdenes externas, no soberanía nacional.
El 26 de octubre no será solo una elección legislativa. Será un plebiscito sobre si la Argentina acepta resignar su soberanía monetaria y comercial a cambio de dólares prestados o si se atreve a recuperar un rumbo propio. Los electores libertarios, endeudados, desilusionados y ahora indignados, tienen la oportunidad de dar por terminado el experimento Milei. El peronismo, con su propuesta de unidad y respuestas inmediatas, emerge como la alternativa concreta frente a un gobierno que solo ofrece promesas vacías a 30 años y la certeza de la pobreza hoy.
El tiempo se acaba. El “modelo Milei” está mostrando su verdadera cara: un país que vende su futuro por monedas y un presidente que, entre Washington y Pekín, ha dejado a los argentinos en la encrucijada más grave de las últimas décadas. La historia lo dirá, pero todo indica que el experimento libertario está a un paso de su propio colapso.