Por el Prof. Jorge Lindon // En tiempos de crisis profunda, cuando el viejo orden económico se desmorona, pensar en el futuro de los municipios del NOA —y particularmente de Jujuy— no es un ejercicio académico: es un imperativo de supervivencia.
La pobreza estructural que asfixia a nuestras ciudades no será revertida únicamente por un nuevo esquema de coparticipación. Aunque urgente y necesario, redistribuir los fondos nacionales y provinciales es apenas el primer paso. El verdadero salto cualitativo exige un cambio de paradigma mucho más profundo: la recuperación plena del concepto de Estado-ciudad, ese modelo helénico que permitió a Atenas alcanzar su máximo esplendor gracias a la gestión autónoma, soberana y estratégica de sus propios recursos.
¿Qué significaría hoy un Estado-ciudad en el NOA?
Un municipio que, lejos de ser un simple administrador de pobreza y trámites, asuma el control social real sobre sus impuestos, su producción, su infraestructura, su comercio y su destino.
La glocalización —ese fenómeno en el que las ciudades se conectan directamente al mundo, sin pasar por los filtros burocráticos nacionales— ya no es un concepto futurista. Es la única vía de expansión viable en el siglo XXI. Las ciudades que comprendan esto podrán construir mercados propios, atraer inversiones estratégicas, desarrollar industrias del conocimiento y crear oportunidades genuinas para sus ciudadanos.
¿Qué implica este modelo?
- Invertir en educación tecnológica, ciencia y cultura emprendedora.
- Transformar impuestos en activos ciudadanos, creando riqueza local sostenible.
- Desarrollar plataformas de comercio globalizadas desde el territorio.
- Administrar con transparencia, participación ciudadana y control social efectivo.
- Reconectar producción con conocimiento para generar cadenas de valor propias.
El precio de no actuar
Si las ciudades del NOA siguen dependiendo exclusivamente de las transferencias discrecionales, del favor político, de esquemas productivos caducos o de gobiernos provinciales que administran la decadencia, su destino será tan inevitable como trágico.
Ciudades fantasmas.
Centros urbanos en ruinas, sin industria, sin juventud, sin futuro.
Un éxodo silencioso hacia capitales que tampoco podrán absorber a los expulsados.
La hipótesis apocalíptica no es una fantasía. Basta mirar las ciudades industriales de Estados Unidos tras la caída de la manufactura, o los pueblos agrícolas de Europa oriental que desaparecieron tras el derrumbe del sistema soviético.
La decadencia no avisa. Llega como una enfermedad silenciosa que, cuando se vuelve visible, ya es irreversible.
Una oportunidad histórica
Paradójicamente, esta crisis es también una oportunidad.
Los municipios que decidan emanciparse del modelo asistencialista, que apuesten a la innovación, a la tecnología, a la producción distribuida, podrán convertirse en nuevas Atenas modernas: polos de creatividad, de industria, de comercio inteligente, de calidad de vida.
La autonomía política debe dejar de ser una consigna vacía. Debe traducirse en autonomía económica, autonomía tecnológica, autonomía productiva.
El futuro será de las ciudades inteligentes o no será.
¿Estamos listos para el desafío?
Dependerá de cada comunidad, de cada liderazgo, de cada ciudadano, decidir si seremos parte del renacimiento o de la extinción.
El tiempo es ahora.