En un clima político enrarecido, cuando muchos especulan, calculan y se esconden detrás de silencios estratégicos, Axel Kicillof decidió hacer lo que muy pocos se atreven: demostrar que la lealtad y la coherencia no se negocian. El gobernador bonaerense irrumpió este lunes en la sede del Partido Justicialista para apoyar personalmente a Cristina Fernández de Kirchner, ante la inminente confirmación de su condena judicial por la causa Vialidad.
Su gesto no fue menor ni casual. Minutos después de concluir una cumbre con intendentes de su espacio, Kicillof dejó de lado toda lectura interna y partidaria para priorizar un gesto profundamente político y, al mismo tiempo, humano. Lo que hizo el gobernador fue encarnar con su presencia lo que muchos sienten pero no se animan a decir en voz alta: que no se puede permitir la soledad de quien dio todo en nombre de un proyecto colectivo.
Un liderazgo que trasciende las disputas
Kicillof no necesitó grandilocuencia para expresar lo que representa: basta observar su andar austero, su lenguaje claro y su firmeza de convicciones para advertir que hay algo diferente en su forma de ejercer la política. Su presencia en el PJ porteño fue una señal sin estridencias pero cargada de potencia simbólica: no todo vale en nombre de la disputa electoral; hay momentos que exigen estar, sin especulación ni cálculo.
En medio de una coyuntura donde el peronismo parece extraviado entre egos, internas y nostalgias, Kicillof ofreció una imagen refrescante: la de un dirigente que no teme involucrarse, que entiende que la defensa de una figura como Cristina no es sólo una cuestión de afinidad personal, sino de supervivencia del proyecto nacional y popular.
Axel: entre el afecto y la firmeza
La actitud de Kicillof también fue un mensaje a las nuevas generaciones: el compromiso se demuestra en los hechos, no en los posteos ni en las proclamas vacías. Cuando una líder como CFK enfrenta la embestida de un poder judicial que opera al servicio de los grupos económicos, los verdaderos militantes no dudan, se plantan. Y Axel se plantó. No con violencia ni chicanas, sino con una actitud serena, arrojada y solidaria.
Ese gesto tiene el valor de lo genuino: el gobernador bonaerense no necesita de Cristina para sostener su perfil político. De hecho, muchos lo posicionan como una figura con proyección nacional más allá del kirchnerismo. Sin embargo, lejos de buscar distanciarse para “despegarse” como otros, optó por abrazar. Porque entiende —y así lo dijo— que en el peronismo las traiciones no se olvidan, pero las lealtades tampoco.
Un gesto que puede reconfigurar el mapa
Si algo quedó claro con la actitud de Axel es que el liderazgo del siglo XXI no se construye con slogans vacíos ni asesorías de marketing, sino con gestos profundos, con posturas éticas, con coraje político. Su presencia al lado de Cristina, en este contexto, lo reafirma como uno de los pocos dirigentes con la capacidad de articular sensibilidad y estrategia, principios e inteligencia política.
Este lunes, sin decirlo, Kicillof escribió otra página de la historia grande. No fue sólo un acto de respaldo: fue una apuesta por un tipo de política que no claudica, que no olvida, que no abandona. Esa política que, cuando los vientos soplan en contra, elige no mirar para otro lado.
Porque como bien dice la historia peronista: “en las buenas todos te acompañan, pero en las malas… solo los imprescindibles siguen caminando a tu lado”. Y Axel Kicillof demostró que está entre ellos.