«El hilo de oro entre el Papa y Yuto

«El hilo de oro entre el Papa y Yuto

Especial para Perico Noticias

La muerte del papa Francisco nos deja una estela de preguntas, de memoria viva y de caminos abiertos. En cada rincón de Argentina resuena su nombre con una mezcla de orgullo y dolor. Pero hay un lugar donde esa resonancia cobra un espesor sagrado, una fibra íntima que une el barro con el Vaticano: Yuto, en el corazón del ramal jujeño, supo ser una tierra donde el papa, entonces Jorge Mario Bergoglio, tejía vínculos de fe, ternura y compromiso a través de un hombre excepcional: el padre Enrique Rastellini.

Cuando Bergoglio fue elegido Papa en 2013, Rastellini expresó:​

“El Papa será revolucionario para reformar la Curia Romana” .​

Estas palabras reflejaban no solo su confianza en el nuevo pontífice, sino también su profundo entendimiento de la necesidad de una Iglesia más cercana a los humildes y marginados.​

Rastellini, desde Yuto, vivió el Evangelio con entrega total. Su labor pastoral no se limitó a los sacramentos; se extendió al acompañamiento de los más necesitados, al trabajo incansable por la justicia social y al diálogo ecuménico. Su vida fue testimonio de una fe que se hace obra, de una espiritualidad que se traduce en acción concreta.​

La correspondencia entre Rastellini y Bergoglio es testimonio de una amistad profunda y de una visión compartida de una Iglesia en salida, comprometida con los pobres y abierta al mundo.

No todos lo saben, pero Rastellini y Bergoglio compartieron su formación franciscana en los años juveniles, en los claustros donde la oración, el silencio y la vocación eran caminos que se recorrían descalzos, con el alma abierta y los ojos puestos en los que sufren. De esa fraternidad surgió una relación que, a pesar de los destinos diferentes que la vida les trazó, se mantuvo viva hasta el final de los días del padre Rastellini, en 2014, cuando falleció tras una serie de dolencias que le impidieron asumir el rol de vocero en el Vaticano que le había sido encomendado por el propio Francisco.

Lo que pocos saben —y que hoy debe ser dicho con la reverencia de las cosas verdaderamente sagradas— es que Jorge Bergoglio visitó a Rastellini en Yuto durante la década del ’70. Años difíciles, tiempos de silencios impuestos y dolores encubiertos, donde el compromiso con los pobres era un acto de fe, pero también de coraje. Aquel joven jesuita llegó hasta el Ramal no con protocolos, sino con el deseo puro de acompañar a su amigo, de ver de cerca esa parroquia polvorienta que ardía en necesidad y esperanza. Y compartieron misa, mate y misión. Desde entonces, Yuto quedó bordado en el alma de Francisco como una estación de verdad.

Sí. El Papa —ya sumo pontífice— lo había elegido. Porque no se elige con el dedo: se reconoce con el corazón. Francisco veía en Rastellini a un hombre íntegro, sabio y transparente. Un alma franciscana, profunda, austera, que había hecho de su paso por Yuto una verdadera entrega evangélica. Yuto no fue un lugar más en su camino sacerdotal: fue un territorio de misión, de entrega, de carne viva del Evangelio. Allí, Rastellini escribió cartas, oró con los campesinos, acompañó en el dolor, sostuvo la dignidad de los olvidados. Y Jorge Mario Bergoglio, entonces arzobispo de Buenos Aires, le respondía. Porque el hilo nunca se cortó.

Ese hilo de oro entre el papa y Yuto no es una metáfora poética. Es un testimonio histórico de la presencia ecuménica que vivió esa comunidad antes de que el mundo supiera quién era Francisco. Allí ya se predicaba con el ejemplo. Allí ya se caminaba con los pobres. Allí ya había carisma, vocación, abrazo y compromiso. Y es por eso que cada yuteño, cada hombre y mujer de ese rincón bendecido de Jujuy, debería hoy levantar la frente con orgullo. Porque cuando Francisco hablaba del “olor a oveja” que debe tener el pastor, hablaba también de eso que Rastellini supo encarnar entre los surcos y las montañas del Ramal.

Hoy lloramos al Papa. Pero su mensaje, como el de su viejo compañero Rastellini, no fue nunca uno de solemnidad vacía. Fue una interpelación radical: ¿qué hace la política por los descartados? ¿Dónde está la Iglesia cuando el pueblo sufre? ¿Dónde estamos nosotros cuando la dignidad se negocia y la compasión se posterga?

No basta con homenajes. No alcanza con las lágrimas. Si de verdad queremos honrar al Papa Francisco, si de verdad queremos recoger el legado de este hijo de Argentina, hagamos de su palabra una obra, de su ejemplo una acción, de su dolor un motor. Volvamos a mirar como él, con la sencillez franciscana de los que se saben servidores. Recuperemos esa voz que dijo: “Los pobres no pueden esperar”. Y entendamos que el Evangelio no es una teoría, sino un llamado urgente a amar, a compartir, a transformar.

Desde Yuto hasta Roma, hay una línea invisible que une corazones humildes. Se llama fraternidad. Se llama entrega. Se llama memoria. Que el nombre de Francisco y el del padre Rastellini sean faros para nuestro tiempo. Y que nunca más tengamos que decir que el mundo llora a sus profetas mientras los ignora en vida.

¿Qué es lo que más te preocupa hoy en Jujuy?

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