El laberinto del peronismo: entre la proscripción simbólica de Cristina y la desobediencia a Kicillof

El laberinto del peronismo: entre la proscripción simbólica de Cristina y la desobediencia a Kicillof

Mientras Javier Milei avanza sin freno con un proyecto de demolición del Estado, el peronismo parece paralizado, atrapado entre sus viejas lógicas internas, liderazgos que no logran ordenar ni entusiasmar, y una militancia que observa con desconcierto cómo el enemigo crece mientras las referencias se diluyen. Cristina Fernández de Kirchner rompió el silencio, pero no para ordenar, sino para instalar, nuevamente, el dilema de su participación política. ¿Será candidata? ¿O está siendo —otra vez— simbólicamente proscripta por una dirigencia que no acata, no escucha, y no quiere ceder?

La disonancia quedó clara tras la reciente entrevista de Gustavo Sylvestre a la ex presidenta. Allí Cristina ensayó una defensa de su rol histórico, alertó sobre el programa de Milei, y dejó entrever que su compromiso sigue intacto. Pero en lugar de convertirse en un faro para unificar, su aparición activó nuevas fricciones. Axel Kicillof, el gobernador de Buenos Aires, fue más frontal: pidió unidad bajo su conducción, advirtiendo que sin orden político, cualquier intento de regreso será «un fracaso». La respuesta fue un eco desordenado de egos, sectores que desconfían del bonaerense, y una dirigencia intermedia más preocupada por conservar lugares que por construir poder real.

Esta parálisis es el verdadero drama. No se trata de una disputa entre moderados y duros, ni entre kirchnerismo y peronismo clásico. Es la ausencia total de un diagnóstico común, de una arquitectura política que permita imaginar cómo disputar seriamente el poder. Cada figura habla por su cuenta, cada provincia juega su interna, cada agrupación mide su capital simbólico como si el país no estuviera siendo incendiado desde la Casa Rosada. En este contexto, la eventual candidatura de Cristina puede volverse tan testimonial como inútil. Y la figura de Kicillof, que hoy convoca a la unidad detrás suyo, corre el riesgo de convertirse en otro dirigente al que el peronismo le niega obediencia.

¿Será posible que el peronismo logre forzar la polarización con Milei? ¿O la fragmentación y el desorden terminarán consolidando un escenario de tercios donde los votos populares se diluyan y la derecha gobierne sin alternancia? La ventana aún existe. El rechazo al programa de Milei crece en amplios sectores que comienzan a padecer sus efectos: desregulación salvaje, entrega de recursos, desempleo y angustia. Pero ese malestar no encuentra traducción política porque el peronismo no ofrece hoy una alternativa con rumbo, narrativa y liderazgo.

La responsabilidad es histórica. Si el movimiento nacional y popular no logra reconstituirse en los próximos meses, no solo perderá una elección. Habrá facilitado el ingreso de la Argentina a un nuevo régimen autoritario de mercado, sin Estado, sin derechos, sin patria. Si Cristina decide participar, deberá hacerlo con reglas claras, sin ambigüedades ni salvoconductos personales. Si Axel quiere liderar, necesita más que gestos: necesita disciplina, generosidad y una arquitectura que exceda al kirchnerismo.

Lo cierto es que hoy, frente a Milei, el peronismo no solo enfrenta a un adversario. Enfrenta su propia disolución. Y la historia no perdonará a quienes eligieron la comodidad de los matices cuando se necesitaba coraje para la unidad.

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