El mercado que gobierna a los gobiernos: el retroceso de Trump y la encrucijada argentina

El mercado que gobierna a los gobiernos: el retroceso de Trump y la encrucijada argentina

En un giro que nadie esperaba pero que muchos deseaban, Donald Trump, el eterno gladiador de las guerras comerciales, cedió ante las presiones de Wall Street y suspendió los aranceles que había anunciado con bombos y platillos. Lo que parecía otro capítulo de su estrategia nacionalista de “America First” terminó desinflándose frente al único poder que ni siquiera él puede controlar: el mercado financiero. Y esa capitulación dice más de lo que parece. No solo deja en evidencia la fragilidad de las posturas extremas frente a los intereses de las grandes corporaciones globales, sino que también envía ondas de choque al resto del mundo, especialmente a países como Argentina, que caminan al borde del abismo económico.

El impacto inmediato de esta decisión podría leerse como un respiro para la administración de Javier Milei. En principio, la calma repentina en los mercados podría aflojar la presión sobre los commodities, el dólar y las tasas de interés internacionales. Si el conflicto arancelario entre Estados Unidos y sus socios comerciales se hubiera intensificado, el temblor habría sido global, y Argentina, con sus pies de barro fiscal y financiero, lo habría sentido como un terremoto. Pero el respiro no equivale a alivio. La estructura macroeconómica argentina sigue siendo tan endeble que hasta los vientos favorables la desestabilizan.

El retroceso de Trump —por más que se intente disfrazar de decisión estratégica— es una muestra cruda de una realidad incómoda: hoy, los gobiernos no gobiernan el mercado; el mercado gobierna a los gobiernos. Y cuando incluso una figura como Trump, con su retórica incendiaria y su base férrea, se ve obligado a retroceder, queda claro que los márgenes de soberanía económica son cada vez más estrechos, incluso en las grandes potencias. Si eso ocurre en Washington, ¿qué margen le queda a Buenos Aires?

Esta lógica de gobernanza invertida tiene consecuencias directas para Argentina. Milei podrá gritar libertad, ondear la motosierra y prometer ajuste eterno, pero si el mercado global gira en su contra, no hay voluntad ideológica que lo salve. La decisión de Trump de levantar los aranceles evitó una estampida, pero no garantiza estabilidad. De hecho, el mensaje de fondo es más inquietante: estamos en manos de un actor que no rinde cuentas, no va a elecciones y no tiene patria. Solo intereses.

Por eso, pensar que este retroceso de Trump significa un giro duradero hacia la estabilidad es ingenuo. Argentina sigue necesitando divisas que no tiene, un flujo de exportaciones que no despega, y un frente fiscal que no cierra. Si los precios internacionales no acompañan, si el crédito no fluye, o si el capital especulativo decide mirar hacia otro lado, la única variable que le queda al gobierno es la devaluación. No porque Milei quiera —o no quiera— sino porque el mercado se lo va a imponer, igual que se lo impuso a Trump, aunque de otra forma.

Más allá del respiro momentáneo, lo que se instala es una sensación de inestabilidad estructural. El mundo financiero está demostrando que ni siquiera el populismo de derecha puede enfrentarlo sin consecuencias. La retirada de Trump no solo reconfigura el tablero económico global, también desenmascara el espejismo de que alguien, alguna vez, podrá realmente controlarlo.

En ese nuevo escenario, Milei enfrenta una verdad incómoda: la promesa de orden liberal que lo llevó al poder es, en el fondo, una ilusión. No hay orden en un mundo regido por algoritmos, especuladores y fondos buitre. Hay apenas equilibrio precario. Y en ese vaivén, Argentina no gobierna su destino, lo especula.

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