El planeta atraviesa un momento bisagra: la política monetaria de la mayor economía del mundo vuelve a tensarse en campaña; los gurúes de inversión discuten si la Inteligencia Artificial es una revolución o una burbuja; y, al mismo tiempo, el cosmos nos pone un espejo: el objeto designado provisionalmente como “3I/ATLAS” alcanzó su perihelio y reavivó una pregunta esencial: ¿qué estamos monitoreando con más celo, los ciclos de la bolsa… o los visitantes que llegan desde fuera del Sistema Solar?
Donald Trump, en modo candidato, volvió a interpelar a Jerome Powell con un mensaje simple y potente para su base: la Fed “llega tarde” y “estropea” la economía real. Más allá del tono, el punto de fondo es serio: la sobrerreacción o subreacción monetaria puede amplificar la volatilidad de activos ya “calentados” por la narrativa de la IA. Ray Dalio lo dijo sin anestesia: hay señales de exuberancia clásica. Cathie Wood matizó desde la trinchera de la innovación: “no todo lo que dice IA crea valor”. Dos verdades que coexisten: el hardware y la infraestructura de cómputo sí están capturando rentas, pero los flujos de caja futuros de muchas “IA-stories” no acompañan las valuaciones.
Mientras discutimos si es burbuja o superciclo, el cielo nos recuerda prioridades. El presunto objeto 3I/ATLAS —si su naturaleza interestelar fuera confirmada por la comunidad astronómica— sería el tercer visitante de fuera del Sistema Solar detectado por la humanidad. Primero fue 1I/ʻOumuamua, luego 2I/Borisov. Que aparezca un “3I” no es un detalle: acorta los tiempos entre hallazgos y exige capacidades de alerta temprana, espectroscopía y misión rápida.
¿Por qué importa? Porque si “3I/ATLAS” no fuese un cometa o roca convencional —como ya se especuló con ʻOumuamua— estaríamos ante materia prima científica irrepetible: composición química exótica, dinámica distinta, pistas sobre discos protoplanetarios ajenos y, sobre todo, protocolos de respuesta ante objetos no catalogados que podrían acercarse con trayectorias y firmas atípicas.
La tesis estratégica es directa: cada dólar que el mundo desvía a una carrera armamentista de baja productividad es un dólar que no financia “defensa planetaria”. No hablamos de ciencia ficción: telescopios de gran campo de visión, constelaciones de micro-observatorios, radares planetarios de nueva generación, espectrómetros desplegables y vehículos de intercepción rápida (fly-by o sample-return) son inversiones con spillovers enormes en óptica, sensores, propulsión y software.
Un programa internacional de Monitoreo y Respuesta del Sistema Solar (MoReSS) con tres pilares —1) vigilancia óptica/radar permanente, 2) análisis espectral y de firmas no convencionales, 3) capacidad de misión en 18–24 meses— costaría una fracción de los presupuestos militares combinados del G20 y rendiría beneficios civiles inmediatos: mejor meteorología espacial, resiliencia de redes eléctricas, protección satelital y transferencia tecnológica a energías, minería y agro de precisión.
Si “3I/ATLAS” se comporta como un cometa ortodoxo, igual ganamos: datos duros para refinar modelos de nubes de Oort y tráfico de objetos transneptunianos. Si no es una roca típica, el dividendo científico es todavía mayor. En ambos casos, la lección es idéntica: debemos financiar “curiosidad aplicada”, no sólo PBI de miedo. La humanidad siempre avanzó cuando organizó sus ansiedades alrededor de misiones (Apolo, GPS, genoma), no de trincheras.
El contraste con la macro es brutal. Discutimos décimas de tasa y múltiplos EV/ventas como si fueran teología, mientras el cosmos nos da señales de gestión de riesgo intergeneracional. ¿De verdad la prioridad marginal global es otro submarino nuclear… o un telescopio de 10 metros en órbita solar que detecte a tiempo el próximo intruso? La respuesta no es romántica: es puro costo-beneficio.
El liderazgo que el mundo reclama no es sólo bajar o subir tasas, ni prometer “IA para todo”. Es coordinar una agenda de seguridad del siglo XXI: chips, datos, ciber, clima… y cielo. Si el supuesto 3I/ATLAS nos deja algo, que sea esto: mirar arriba no es evasión, es estrategia.
Propuesta concreta (call to action):
- Fondo multilateral “SkyShield” (0,02% del gasto militar global) para telescopios y radares planetarios.
- Protocolo 48/18: ventana de 48 horas para caracterización inicial y 18 meses para misión fly-by.
- Convergencia IA-espacio: destinar GPUs de cómputo a pipelines de detección y clasificación de NEOs/ISOs, con open data para universidades.
Si el mercado duda, que dude; si la política se pelea, que se pelee. El cielo no espera. Y quizá, sólo quizá, la próxima gran revolución productiva nazca de invertir menos en misiles y más en motores iónicos, óptica adaptativa y redes de telescopios que cuiden la única economía que importa: la de nuestro hogar planetario.
