Análisis geopolítico exclusivo para Perico Noticias
El 9 de abril de 2025 podría ser recordado como el día en que el mundo económico —y quizás el político— entró en una nueva era de inestabilidad global. Con un golpe de efecto de manual, Donald Trump reinstaló un arancel del 104% sobre productos chinos, sacudiendo los cimientos de los mercados financieros, la diplomacia internacional y el modelo económico que rigió desde el final de la Segunda Guerra Mundial: la globalización.
Lejos de ser un capricho aislado, este movimiento marca el retorno definitivo del proteccionismo como doctrina. Pero más aún: configura un nuevo orden geoeconómico donde Estados Unidos asume un rol agresivo y nacionalista, mientras China prepara una contraofensiva con herramientas que solo un Estado con estructura leninista-capitalista puede desplegar: control total del capital interno, subsidios encubiertos, y empresas estatales que sostienen la confianza sin necesidad de Wall Street.
¿Qué significa esto para América Latina?
Lo primero que hay que entender es que ningún país es una isla en la economía global, y menos una región como América Latina, estructuralmente dependiente del comercio exterior. El temblor que provocó Trump atraviesa el mundo como un tsunami: lo que comenzó con el acero y los iPhones puede terminar alcanzando a la soja, el litio, el maíz, los arándanos y todo lo que constituya materia prima de economías primarizadas.
Pero el segundo punto —y quizás más grave— es la desintegración del sistema multilateral de comercio. Con Trump operando como un agente disruptivo, y China optando por resistir en lugar de negociar, se desmorona toda posibilidad de estabilidad. Y cuando los gigantes se trenzan, los pequeños se asfixian entre las patas.
¿Y el NOA argentino? ¿Qué se juega en esta partida?
En el Noroeste Argentino (NOA), donde las economías regionales dependen casi en su totalidad de nichos internacionales altamente sensibles —como el azúcar, el tabaco, los cítricos, la minería de litio y el turismo receptivo—, las consecuencias pueden ser dramáticas:
- Caída en la demanda global: Si el conflicto genera recesión en EE.UU. y Europa, se reducirá el consumo de alimentos y energía, con impacto directo en los precios y los volúmenes de exportación.
- Volatilidad en el precio del litio: La transición energética global, motor clave del litio jujeño, puede frenarse si la demanda automotriz china cae. A menor consumo de autos eléctricos, menor presión sobre la compra de carbonato de litio.
- Tensión cambiaria e inflación importada: Si el dólar se fortalece como efecto refugio, Argentina pagará más caro todo lo que importa (insumos, energía, tecnología), disparando costos internos y aumentando la inflación.
- Freno a las inversiones: El riesgo país regional se dispara. En un mundo convulsionado, las inversiones especulativas vuelan a destinos más seguros. ¿Quién invertirá en una planta en Perico si los precios de exportación se vuelven impredecibles?
¿Es viable replegarse hacia economías cerradas?
En apariencia, sí. Hay voces que claman por reconstruir modelos autosuficientes, y el propio Trump habla del retorno del “bello carbón limpio” y la industria manufacturera interna. Pero, en la práctica, América Latina no tiene la musculatura industrial, energética ni tecnológica para un cierre real.
Cerrar la economía en el siglo XXI sin sustituir importaciones reales ni desarrollar ciencia aplicada es invitar al hambre, al desabastecimiento y a la irrelevancia global. No se trata de elegir entre globalización o proteccionismo, sino de construir una nueva arquitectura productiva mixta, con soberanía estratégica en sectores clave, pero integrados inteligentemente al mundo.
¿Y ahora qué?
Estamos ante el fin de la era del libre comercio tal como la conocimos, y el nacimiento de un mundo nuevo donde los estados volverán a ser protagonistas brutales, no solo árbitros. Como advirtió Howard Marks en Bloomberg: “Esto es el mayor cambio económico desde la Segunda Guerra Mundial”.
El problema es que América Latina —y en particular el NOA— no está preparada ni para lo viejo ni para lo nuevo. Las políticas públicas siguen atadas a subsidios temporales, los acuerdos internacionales están desactualizados, y la infraestructura para resistir una ola de shocks externos es endeble.
Hoy más que nunca, se necesita planificación estratégica, una nueva industrialización regional, y una visión de país que supere el péndulo entre el entreguismo ciego y el aislamiento nostálgico.