El pedido de un nuevo préstamo a Estados Unidos no es una tabla de salvación: es el certificado de defunción de un modelo que nació con la promesa de “liberar al mercado” y terminó hipotecando hasta la dignidad nacional. La motosierra quedó trabada, la economía sigue en recesión y ahora el gobierno apela a la misma receta que juró combatir: endeudarse en dólares a cambio de soberanía.
La decepción no es sólo macroeconómica: es política. El núcleo duro de Milei, el que juraba que los “kukas” conspiraban para darle un golpe, hoy observa que la verdadera bomba la activó el propio Ejecutivo con decisiones erráticas, improvisadas y teñidas de corrupción. El préstamo desnuda no un complot, sino la fragilidad de un liderazgo que buscó excusas en enemigos imaginarios para tapar la mediocridad de sus gestiones.
El problema es que no hay narrativa que maquille lo evidente: los votantes que lo apoyaron ahora deben enfrentarse a la crudeza de haber defendido lo indefendible. La épica libertaria se derrumba con la misma velocidad con que se desploma el peso argentino. Lo que parecía un “golpe” opositor se revela como el derrumbe interno de un proyecto que confundió ajuste con desarrollo, slogans con política, y dogma con resultados.
Un nuevo préstamo no abre un futuro prometedor: condena a la Argentina a más ajustes, más dependencia y menos credibilidad. Y deja a quienes sostuvieron este delirio con la necesidad urgente de salir del papelón histórico de haber celebrado su propia ruina.
El contraste es brutal: mientras Milei busca dólares desesperados para sostener su relato, los gobernadores ven evaporarse la coparticipación y las provincias caen en crisis terminal. La motosierra nacional se transforma en guillotina federal, condenando a miles de familias a la pobreza en nombre de un experimento fallido.
La retórica de la “libertad” quedó reducida a un eslogan vacío, mientras en la práctica el país se ata a las mismas cadenas financieras que decía querer romper. Con China en retirada, los socios estratégicos debilitados y un Tesoro norteamericano con su propia agenda, el margen de maniobra argentino se evapora.
La decepción no es sólo económica ni política: es moral. El contrato electoral de Milei prometía dignidad y terminó en sumisión. Hoy, cada nuevo anuncio de deuda refuerza la certeza de que el pueblo argentino fue llevado al borde del abismo con la complicidad de un núcleo duro que ya no tiene cómo justificar el papelón.