Editorial política — Por Jorge Lindon // Cuando Carlos Sadir se sumó al pronunciamiento de gobernadores que buscan erigir un “espacio federal alternativo”, muchos lo leyeron como una jugada institucional. En realidad, fue otra escena más del eterno drama político jujeño, donde el verdadero poder nunca cambió de manos: Gerardo Morales sigue gobernando desde las sombras, moviendo los hilos con la destreza de quien jamás renunció al control real de la provincia. Sadir no lidera, administra el feudo del caudillo herido, que ahora resurge con la excusa perfecta: el caos nacional que empuja a muchos al centro.
Porque si alguien tiene el aparato, el carácter y la ambición para reconstruir una fuerza territorial en Jujuy (y proyectarla a nivel nacional) es Morales. Solo él, con su pericia, contactos y sagacidad política, puede movilizar intendentes, ordenar listas, tejer alianzas con peronistas díscolos, y hasta cooptar libertarios despechados, ademas de surfear en la rosca nacional. Ningún otro dirigente oficialista en la provincia —ni uno— ostenta capacidad ni liderazgo real. El radicalismo sin Morales es un páramo sin brújula.
La simulación federal en tierra unitaria
Lo paradójico —y en términos simbólicos, insultante— es que este intento de instalar una “bandera federal” desde Jujuy nace del lugar menos federal del país. La provincia no reconoce la autonomía municipal, niega coparticipación directa a sus intendentes, y se gobierna bajo un modelo hipercéntrico que humilla a las localidades más alejadas, condenándolas a la mendicidad de recursos. Ninguna otra provincia replica con tanta fidelidad el modelo de sometimiento político que Milei intenta aplicar desde Nación.
Hablar de federalismo desde acá es como defender la transparencia desde un paraíso fiscal. Pero Morales, que de tonto no tiene un pelo, sabe que esta contradicción puede disolverse si logra lo que siempre ha hecho con éxito: controlar el relato, domesticar la crítica y disciplinar aliados. Y por eso elige este momento para emerger.
Las “Fuerzas del Centro”: una copia sin alma
El armado en gestación, a solo una semana del plazo para constituir alianzas —denominado con torpeza como “Las Fuerzas del Centro”— es en sí mismo un espejo mal deformado de La Libertad Avanza. Imitan sus formas, buscan canalizar el hartazgo ciudadano, hablan de “rebeldía institucional” y “nueva etapa de gobernabilidad”, pero no logran desprenderse del aroma a reciclaje político.
Sin Milei, no existirían. Y al copiarlo sin alma ni símbolos, solo profundizan la sospecha de oportunismo, lo que los convierte en un objeto político sin identidad, sin pasión y, peor aún, sin capacidad de convocatoria emocional. La grieta actual no tiene espacio para términos medios: el pueblo quiere guerra simbólica, no conciliación ambigua.
El factor Morales: reconstrucción con látigo
Gerardo Morales lo entiende como nadie. El radicalismo provincial, el Frente Cambia Jujuy y los intendentes sumisos siguen orbitando su figura. Sadir es un fusible útil, pero prescindible. En este juego de desgaste y reconfiguración, Morales se proyecta como el único capaz de ofrecer orden, con la vieja lógica de la política de comando. Su desafío no es ideológico, sino táctico: cómo ser jefe del antimileísmo sin parecer peronista y, al mismo tiempo, seducir a los restos de Cambiemos, los libertarios renegados y los intendentes desesperados por supervivencia.
Pero es una apuesta peligrosa. Porque aun con su talento político, la sociedad cambió, y las formas de construcción verticalista ya no seducen como antes. Morales puede controlar dirigentes, pero no puede controlar la emocionalidad profunda del pueblo jujeño, que ya eligió banderas. En Jujuy, o se es mileísta o antimileísta, y cualquier intento de construir una tercera posición será triturado por la lógica binaria que reina en la conversación pública.
El peronismo con el gol servido… pero sin delantero
Mientras tanto, el peronismo jujeño observa desde la banda, viendo cómo se desordena el oficialismo. Tiene a su favor la marea nacional, el repunte desde Buenos Aires y la oportunidad de ser la única fuerza con peso histórico capaz de plantarse como antípoda natural al mileísmo. Pero su problema es el de siempre: egos, repeticiones y ausencia de consenso real.
Si el peronismo insiste en repetir apellidos, poner a dedo candidatos o sostener internas infantiles, perderá la única ventana que el contexto le regala. Porque ahora, más que nunca, la ciudadanía quiere nuevas caras, no herederas ni herederos. Si fracasan en este punto, no habrá justificación: regalarán el triunfo al oficialismo resucitado o, peor aún, a un mileísmo que puede crecer solo con la apatía ajena.
Conclusión: Morales vuelve, pero con un pueblo diferente
Gerardo Morales ha demostrado una y otra vez que sabe cómo reconstruirse, incluso entre las cenizas. Su regreso táctico, a través del discurso federal y del reordenamiento territorial, es prueba de su instinto político. Pero el terreno ya no es el mismo. El pueblo ya no responde a la lógica del puntero, sino a la lógica de las banderas.
Y ahí radica la debilidad de esta maniobra: pueden tener diputados, pueden tener estructura, pueden tener votos tácticos… pero no tienen corazón político que enamore. Y en tiempos de grietas profundas, quien no logra representar una emoción clara, está condenado a ser parte del decorado.