En Buenos Aires, el “riesgo Kuka” ya dejó de ser un chiste para pasar a ser una pesadilla para el oficialismo libertario. Las últimas encuestas muestran a Axel Kicillof liderando cómodamente la intención de voto en la provincia más populosa del país, y el gobierno de Javier Milei tiembla. No solo porque el kirchnerismo demuestra que no está muerto, sino porque una victoria de Kicillof podría implicar el principio del fin de la hegemonía liberal en la política nacional. Y eso, en la lógica del mileísmo, es peor que una corrida bancaria: es una corrida simbólica.
Mientras el dólar flota —o naufraga—, el relato libertario se deshace entre contradicciones y autoengaños. Toto Caputo asegura que todo está “dentro de la banda”, mientras el dólar salta 55 pesos en un día y los futuros se prenden fuego. Y cuando los economistas oficialistas ya no encuentran cómo justificar la estampida, aparece la muletilla más desgastada del siglo XXI: «es el riesgo Kuka, campeón.»
¿Qué implica un triunfo de Kicillof?
Una victoria de Kicillof en la provincia de Buenos Aires no solo sería un golpe simbólico a Milei. Sería la confirmación de que el electorado argentino aún valora el Estado, la producción, el salario y la soberanía nacional. Significaría también la recuperación de terreno por parte de un peronismo que parecía groggy, pero que está reencontrando musculatura gracias a la catástrofe social que Milei ha desatado.
Pero lo más importante es esto: un Kicillof victorioso impediría la cosecha legislativa que Milei necesita para refundar el país desde las cenizas. Sin mayoría en Diputados, y con un Senado incómodo, no hay reforma constitucional, no hay sistema de vouchers, no hay privatizaciones masivas, ni destrucción final del Estado. En síntesis, no hay motosierra sin Congreso.
Las provincias: rehenes de la motosierra
Mientras tanto, los gobernadores del interior se reconfiguran. Casi en secreto, construyen un nuevo espacio llamado «Las Fuerzas del Centro», una etiqueta para camuflar la retirada sin mostrar la derrota. Ya no son Juntos por el Cambio, ni Jujuy Crece, ni libertarios con toga: son provincias heridas que se atrincheran contra Nación. La bandera ahora no es ideológica, es fiscal. Es la guerra de los fondos.
Porque lo que está en juego es simple: las provincias están siendo desangradas por la motosierra que juraron apoyar. Las transferencias caen, la obra pública se detiene, los servicios colapsan. El federalismo es una carcasa vacía. Y lo saben. Pero ya es tarde para pedir perdón: ahora deben resistir con otras máscaras, porque reconocer el error sería firmar su sentencia de muerte política.
¿Milei pierde… pero gana?
Sí, paradójicamente. Porque cada vez que ajusta, Milei no pierde: obliga a los demás a reconfigurarse según su lógica. Las provincias, aun las más rebeldes, ya ajustan salarios, privatizan servicios y dinamitan estructuras históricas. El Estado profundo, el entramado cooperativo, las redes sociales del interior, todo se ve obligado a cambiar. Gane o pierda en las urnas, Milei está ganando la batalla de sentido. Está imponiendo el marco. Está haciendo que hasta sus opositores hablen su idioma.
Octubre: el parteaguas inevitable
Octubre será el parteaguas. Si Kicillof gana, será el principio de la contraofensiva popular. Si Milei logra resistir con una bancada mínima, será suficiente para seguir gobernando por decreto, acorralar al Congreso, y profundizar su ofensiva cultural. Lo que está claro es que la disputa ya no es solo electoral: es existencial.
La Argentina se debate entre dos modelos: uno que destruye lo que queda, y otro que aún no logra reconstruirse. Entre el dogma de la motosierra y el intento de la razón. Entre la Nación como enemiga de las provincias, o como el lazo que las une.
Kicillof puede ganar. Milei puede perder. Pero el futuro, aún está en disputa.