En un escenario político marcado por la distancia y el desencanto entre dirigencia y ciudadanía, Monterrico se convierte en excepción. El intendente Luciano Moreira, con una entrega total hacia la comunidad, logró lo que pocos en la política contemporánea: un barrio entero dio el primer paso para decirle sí a la gestión, no con aplausos, sino con aportes concretos.
El Barrio San Expedito se convirtió en el primero en firmar un nuevo acuerdo social con el municipio, asumiendo los vecinos su responsabilidad fiscal y comprometiéndose a ponerse al día con las tasas municipales. No se trata de un gesto aislado: es la confirmación de una confianza construida desde la gestión, el ordenamiento y la presencia real del intendente y su gabinete en la vida cotidiana de la gente.

Este pacto no es solo una transacción administrativa; es una señal política potente. Revela una sintonía entre gobierno y comunidad que rompe con la lógica de reclamos unilaterales y respuestas tardías. Aquí, la obra es conjunta: la Municipalidad impulsa mejoras y servicios, y los vecinos responden con compromiso y respaldo.
En un tiempo donde el modelo libertario nacional parece imponer que todos deben perder algo —ajustes, recortes y resignaciones—, en Monterrico ocurre lo contrario: todos están dispuestos a invertir para ganar. No solo se firman papeles, se rubrican compromisos reales que implican dinero, esfuerzo y voluntad para sostener un proyecto común. Es un acto casi insólito en el contexto de crisis y fragmentación que vive el país.

El evento de San Expedito trasciende el hecho puntual y se instala como un ejemplo de política creativa y efectiva: la comunidad no se limita a exigir, sino que asume su rol activo en la construcción de la ciudad. En este pacto, no hay vencidos ni ganadores coyunturales: hay un “nosotros” que apuesta por un futuro compartido. La experiencia de Moreira y su equipo puede transformarse en un caso testigo de cómo refundar la relación entre Estado y ciudadanía desde la confianza y la reciprocidad.

Moreira no solo suma un logro administrativo; escribe un capítulo que será estudiado por el resto de la dirigencia jujeña, hoy divorciada de sus comunidades. La receta, que combina gestión visible con un diálogo franco y cercano, demuestra que la política puede refundarse desde la confianza y el trabajo compartido.
El caso San Expedito deja un mensaje claro: cuando la comunidad y el Estado empujan hacia el mismo lado, los resultados se multiplican. Este “sí” masivo y consciente puede ser la chispa que encienda imitaciones en otros barrios y localidades, marcando un antes y un después en la forma de hacer política en Jujuy.