El Topo de Perico: la gambeta que no fue, la leyenda que aún vive

El Topo de Perico: la gambeta que no fue, la leyenda que aún vive

¿Qué es lo que más te preocupa hoy en Jujuy?

Redacción Perico Noticias // En voz de Américo Cruz, memoria viva del fútbol jujeño

En algún rincón de la memoria, donde el polvo de los potreros no se borra y las camisetas de equipos ignotos cuelgan como estandartes invisibles en los patios de tierra, vive aún el recuerdo de un muchacho singular, de esos que pasan por el fútbol como un cometa por el cielo de un pueblo. Se llamaba Abel Pacheco. Le decían el Topo.

Corría el año 1969. En la ciudad de Perico, Jujuy, el fútbol era mucho más que un juego: era una forma de existencia. La pelota era redonda y pobre, las canchas eran lomas de tierra, y los jugadores, poetas sin metáfora, que escribían con los pies lo que otros no podían decir con la boca. En ese escenario humilde pero épico, apareció el Topo: un pibe chiquito, rápido, inteligente. Tan veloz como una idea y tan inesperado como una gambeta que deja en el piso a tres marcadores.

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Américo Cruz, cronista de la vida, locutor, testigo de tantas tardes de gloria anónima, lo vio crecer en aquellas canchitas que hoy ya no existen. “Era un diablo, te digo. Se anticipaba a todo. Se ponía vendas en las piernas cuando nadie sabía para qué servían. Era un adelantado”, recuerda Cruz, con los ojos empañados por el tiempo.

Tenía apenas 12 años cuando empezó a brillar en un equipo llamado Cerveza Norte, campeón de menores. Jugaba de número 7, como los grandes. “Parecía Saviola antes de que existiera Saviola”, diría Américo. Saltarín, escurridizo, imprevisible. Pero no era solo habilidad: había en él una inteligencia instintiva, una lectura del juego que se aprende en los pasillos del barrio y se perfecciona con el alma. Nadie lo paraba.

Perico, en esos años, era un semillero de talento crudo. Las ligas del Carmen, de San Pedro, de El Carmen o de Alto Comedero reunían a cientos de chicos que soñaban con River, con Boca, con la Selección. Y entre ellos, el Topo brillaba. “A veces me decía: ‘¿Quiere que haga un gol, Américo?’. Y lo hacía. Como si jugara con el tiempo”, relata Cruz, con voz pausada, como quien narra una historia sagrada.

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Pero el destino, ese viejo árbitro implacable, jugó su propio partido. Un día, cuando las oportunidades tocaban la puerta, cuando Buenos Aires empezaba a mirarlo con interés, el padre de Abel dijo “no”. “Primero, estudiar”, sentenció. Y esa fue la jugada definitiva. La carrera futbolística del Topo terminó antes de empezar. Se apagó la cancha y se encendieron los libros.

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Abel Pacheco eligió otro camino. Hoy es un abogado prestigioso. Un hombre de leyes. Pero cada vez que alguien lo nombra en las radios de Perico, los veteranos se estremecen. Porque saben que allí hubo un talento descomunal, uno de esos que nacen cada cincuenta años. No fue el único que quedó en el camino, pero sí uno de los que dejaron huella, aun sin levantar una copa.

“El fútbol jujeño —dice Américo Cruz— está lleno de promesas que no llegaron. Porque a veces el talento no alcanza. Porque la pobreza aprieta. Porque las oportunidades no siempre son democráticas. Pero el Topo… el Topo era otra cosa. Nunca vi uno igual”.

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La historia del Topo Pacheco no es triste. Es heroica. Porque en ella se entrelazan el sueño, la renuncia, el deber y la nobleza. Porque hay más dignidad en elegir el estudio por convicción que en dejarse arrastrar por la promesa incierta del éxito fácil. Porque hay algo profundamente argentino en esas historias que pudieron ser y no fueron, pero que aún así merecen ser contadas.

A los padres que hoy miran a sus hijos jugar con los ojos llenos de futuro, el mensaje de Américo es claro: “Acompañen. No corten las alas. El fútbol también puede ser escuela. Pero no todos van a llegar. Por eso hay que enseñarles a volar, pero también a caminar con dignidad”.

Y así, en la historia viva del fútbol del interior, entre goles que nadie filmó y ovaciones que se perdieron en el viento, el Topo Pacheco vive. Porque hay jugadores que no llegaron a primera, pero llegaron a lo más alto: al corazón de su pueblo.

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