Por el Prof. Jorge Alberto Lindon
La afirmación es tajante, escalofriante y real: la inteligencia artificial eliminará el 50% de los empleos de oficina en EE. UU. en menos de cinco años. La advertencia no viene de un alarmista cualquiera, sino de Dario Amodei, CEO de Anthropic, una de las compañías más avanzadas del mundo en desarrollo de IA. En otras palabras, quienes hoy ocupan un puesto frente a un monitor podrían ser sustituidos por una línea de código antes de 2030. Y si eso ocurre en el corazón del capitalismo global, ¿qué le espera a América Latina?
América Latina frente al huracán del desempleo digital
Nuestra región, con altos niveles de informalidad, baja inversión en educación tecnológica y sistemas laborales frágiles, será el segundo dominó en caer. Aquí no tenemos ni el músculo financiero de Silicon Valley ni las redes de protección social europeas. La revolución de la IA puede traducirse directamente en pobreza estructural, desempleo crónico y una nueva forma de exclusión digital que no distingue entre titulados universitarios y trabajadores manuales: todos, en algún punto, somos reemplazables.
En países como Argentina, Brasil o México, donde el empleo público y el comercio informal absorben gran parte del desempleo estructural, la expansión de sistemas automáticos de gestión, vigilancia, atención al cliente o diagnóstico médico puede detonar una crisis laboral sin precedentes.
El “precariado cognitivo”: la profecía de Bifo Berardi
El filósofo italiano Franco “Bifo” Berardi ya lo había anticipado: el capitalismo digital no sólo desmaterializa el trabajo, sino que despoja al ser humano de su función social. “El fin del trabajo no significa el comienzo del ocio”, advierte. Significa angustia, marginalidad y depresión en masa. Nace así el precariado cognitivo, una clase social altamente educada, conectada y funcionalmente inútil para el mercado.
En su visión, la hiperproductividad de la IA no traerá libertad, sino más explotación, más ansiedad y más desesperación. Porque no se trata solo de lo que la IA hace, sino de cómo redefine el valor del humano. ¿Para qué pagar un salario si un modelo lo hace todo mejor, más rápido y sin quejarse?
¿Humanidad 2.0 o distopía terminal?
La paradoja es brutal: estamos en el umbral de una era en la que podríamos trabajar menos que nunca, y sin embargo el sistema económico no está diseñado para que eso sea sostenible. Si el trabajo desaparece, ¿cómo se distribuye el ingreso? ¿Quién accede a bienes y servicios? ¿Quién paga impuestos?
Los economistas más audaces ya discuten la necesidad de un salario básico universal, una forma de retribuir por existir en un mundo donde la producción está automatizada. Pero eso implica una redistribución radical de la riqueza que ni el FMI, ni Wall Street ni las élites políticas parecen dispuestas a debatir. Sin una transformación profunda, lo que se avecina no es una utopía tecnosocial, sino un infierno algorítmico.
Geopolítica de la exclusión: el nuevo mapa del poder
Mientras tanto, los países que lideran la IA (Estados Unidos, China, Corea del Sur) consolidarán su dominio global. No por sus ejércitos ni por sus recursos, sino por sus redes neuronales, sus chips y sus cerebros artificiales. El resto del mundo dependerá de sus sistemas, de su software, de sus decisiones.
La dependencia tecnológica reemplaza al colonialismo clásico. América Latina, África y el sudeste asiático podrían convertirse en zonas de sacrificio digital, destinadas al extractivismo de datos y la obsolescencia productiva. Seremos consumidores pasivos de un orden diseñado por y para las grandes tecnocorporaciones.
¿Y ahora qué? Un llamado a la acción
Si el trabajo se esfuma, si la IA avanza sin regulación y si los Estados no reaccionan, nos espera una humanidad partida en dos: los que controlan los algoritmos y los que son gobernados por ellos. Como advierte el propio Amodei, “urge establecer políticas de protección laboral” antes de que la curva de la automatización destruya el tejido social. No es un problema del futuro: el colapso ya comenzó.
La humanidad 2.0 puede ser un salto evolutivo o el último paso antes del precipicio. De nosotros depende reescribir las reglas del juego. O nos organizamos para vivir dignamente sin trabajo, o nos empujarán al caos de la desesperación masiva.