Carlos Sadir creyó que firmando el Pacto de Mayo compraba estabilidad, orden y un asiento en la mesa chica del poder. Pero el tiempo demostró lo contrario: Jujuy, que se jactaba de equilibrio fiscal, terminó con la mano extendida y la dignidad arrugada. El reclamo de recursos a la Nación llegó tarde, tibio y frío. Peor aún, encontró como respuesta un veto presidencial estremecedor que no solo congela fondos: condena a la provincia al borde del default interno y externo.
Milei no vetó a Sadir, vetó a un modelo. Vetó la ilusión de un Jujuy que se decía moderno y autónomo mientras, en realidad, seguía atado a un Estado loteado en sociedades del Estado y proveedores exclusivos. Vetó el espejismo de un «Jujuy Crece» que crece solo para pocos, mientras la mayoría ve cómo se achica la esperanza.
El resultado político es letal: Sadir queda desnudado frente a su propia gente. Los que ayer lo aplaudían como garante del orden, hoy lo ven como un administrador impotente, incapaz de defender a su pueblo ante un presidente derrotado por el peronismo, no por «Provincias Unidas». El veto no es un tecnicismo: es una estocada que deja sin oxígeno a la oferta electoral que pretendía sostener la marca oficialista.
Porque el pueblo jujeño ya no quiere discursos de laboratorio ni pactos sin alma. Quiere un modelo pragmático, productivo y protector de la gente, como el que se expande desde Buenos Aires con Axel Kicillof. Allí donde se habla de industria, de empleo y de soberanía, mientras en Jujuy todavía se reparten migajas con lógica prebendaria.
El 26 de octubre no se votará solo contra Milei. Se votará contra el vacío, contra la nada misma que significa hoy el oficialismo jujeño. Sadir apeló tarde, Milei le cerró la puerta y la sociedad se abre camino hacia otro horizonte.
El veto no fue solo una negativa de fondos. Fue el epitafio de un modelo que ya no enamora. El peronismo lo sabe: la gente, harta de espejismos, elegirá un proyecto real que los saque de la intemperie.