Por Jorge Lindon // Elon Musk, el visionario detrás de empresas como Tesla, SpaceX y Neuralink, no solo ha moldeado el futuro de la tecnología, sino que sus predicciones están delineando el cambio social más profundo del siglo XXI. En 1998, Musk anticipó que los medios de comunicación tal como los conocemos desaparecerían con la irrupción de internet, transformando el acceso a la información y otorgándole al individuo el poder de crear contenido descentralizado. Hoy, esa visión se está consolidando.
Medios tradicionales al borde del colapso
La consolidación de las redes sociales y las plataformas digitales ha relegado a los medios tradicionales a un rol secundario en la narrativa global. La aparición de plataformas como X (antes Twitter), Facebook, YouTube y TikTok ha permitido que cualquier persona con un dispositivo móvil pueda transformarse en creador y distribuidor de contenido. La asunción de Donald Trump en 2025 lo dejó claro: la primera fila estuvo ocupada por gigantes tecnológicos como Mark Zuckerberg, Sundar Pichai y el propio Musk, desplazando a los medios tradicionales como principales gestores de la información.
Las cifras hablan por sí solas: según un informe de Reuters Institute, el consumo de noticias a través de redes sociales supera el 50% entre los jóvenes de 18 a 35 años, mientras que los diarios y noticieros han perdido más del 30% de su audiencia en la última década. La descentralización de contenidos no solo desafía el poder mediático, sino que también expone a las audiencias a un ecosistema digital fragmentado y a veces caótico, donde las narrativas se multiplican y divergen.
El fin del trabajo: ¿utopía o realidad inminente?
Otro pilar de las predicciones de Musk, igualmente disruptivo, es el final del trabajo obligatorio. En sus palabras, “la automatización basada en inteligencia artificial (IA) cambiará para siempre nuestra relación con el empleo”. Y esta transición ya está ocurriendo.
Un estudio del Foro Económico Mundial proyecta que la automatización desplazará 85 millones de empleos en todo el mundo para 2025, mientras que creará 97 millones de nuevas posiciones relacionadas con tecnología. Sin embargo, no todos los trabajos tendrán el mismo nivel de resiliencia. Sectores como la manufactura, transporte y servicios administrativos están siendo particularmente impactados por el auge de la robótica y la IA.
Musk va más allá: asegura que el salario universal básico será inevitable para garantizar la estabilidad económica de una sociedad donde las máquinas produzcan la mayoría de los bienes y servicios. Pero este salario, según él, no debe ser un ingreso mínimo para sobrevivir, sino uno de alto poder adquisitivo que permita a los humanos trabajar solo por elección. La transformación laboral no será solo técnica, sino también filosófica, un cambio radical en cómo entendemos el valor y el propósito humano.
La agenda política del futuro
La pregunta más urgente que plantea esta transición es si los líderes políticos están preparados para enfrentarla. ¿Cómo se gestionará la redistribución económica en un mundo donde el capital tecnológico concentra el poder? ¿Qué marcos legales garantizarán la inclusión social en un ecosistema dominado por la IA? Pocos gobiernos han dado pasos significativos en esta dirección, aunque países como Finlandia y Canadá ya experimentan con programas piloto de renta básica universal.
En el centro de este debate se encuentra un horizonte que no puede ser ignorado: la necesidad de reinventar el contrato social. Si las predicciones de Musk son acertadas, estamos al borde de un cambio paradigmático que transformará la economía, la cultura y el sentido mismo del ser humano.
El desafío de trascender
La era Musk no es solo tecnológica; es existencial. Mientras los medios tradicionales agonizan y la automatización redefine nuestra relación con el empleo, el ser humano enfrenta la posibilidad de un nuevo renacer: un mundo donde el trabajo sea una elección y la creatividad el motor principal de nuestra existencia. Pero el camino no está exento de dilemas éticos, económicos y sociales. La única certeza es que el futuro que predijo Musk ya no es ciencia ficción: es el presente que estamos construyendo.