En Jujuy, el viejo esquema de poder empieza a crujir. Lo que hasta hace poco parecía una muralla política inquebrantable, hoy muestra grietas profundas: sectores del radicalismo comienzan a saltar la tranquera, desencantados del centralismo y del vaciamiento de protagonismo que sufren las bases. El fenómeno tiene nombre y apellido: Pedro Pascuttini, el hombre que está reconstruyendo el peronismo con una energía transversal que desborda etiquetas y fronteras partidarias.
Un anabólico electoral que revivió la política jujeña
Pascuttini se transformó en un anabólico electoral. No solo revitalizó al peronismo, sino que empezó a atraer a dirigentes, militantes y simpatizantes del radicalismo que ven en él una alternativa de gestión y dignidad política. Cansados de los personalismos y del encierro de la política de cúpula, muchos radicales están abandonando en silencio —y otros en voz alta— la comodidad del oficialismo para sumarse al proyecto abierto del peronismo fundacional, ese que se construye de abajo hacia arriba, con una argamasa de ideas, compromiso social y raíces jujeñas.

Un líder con piel jujeña
Pedro Pascuttini no improvisa. Su paso es firme y su discurso está respaldado por proyectos concretos, estudios y propuestas económicas reales. Antes de aceptar la candidatura, reunió equipos técnicos y programas de desarrollo que hoy conforman un plan sólido para sacar a Jujuy adelante, con todos adentro y sin que nadie sobre.
Su figura encarna una mezcla poco frecuente de empatía popular y conocimiento técnico. “Pedro tiene piel jujeña”, repiten sus seguidores, y eso se siente en cada barrio de San Salvador, donde su presencia no es vista como una irrupción, sino como un regreso natural de uno de los suyos. En la capital, donde reside la mitad del electorado, Pascuttini logra conectar con vecinos que vienen del interior —de la puna, de los valles, de las yungas— y que hoy padecen en carne propia lo mismo que los expulsó de sus pueblos: falta de oportunidades, bajos salarios y desamparo.
Contra el modelo centralista y el desarraigo
El discurso de Pascuttini interpela al corazón de la estructura jujeña: denuncia el modelo centralista que concentró la mitad de la población en una sola ciudad, mientras el interior agoniza. Propone revertir el desarraigo, dando valor agregado a las materias primas locales y potenciando el desarrollo autónomo de cada región. Es una idea que restituye dignidad: que el jujeño pueda crecer en su tierra sin tener que emigrar para sobrevivir.

El temblor que atraviesa al oficialismo
Mientras tanto, en los pasillos del radicalismo se sienten los temblores. Militantes históricos, jóvenes profesionales y referentes territoriales comienzan a mirar hacia Pascuttini como un faro de renovación. El partido de gobierno, encerrado en su propio laberinto de poder, pierde cohesión interna y su narrativa comienza a desmoronarse. Lo que hasta ayer era disciplina partidaria hoy se transforma en una diáspora de voluntades que ya no encuentran contención ni liderazgo.
La política jujeña atraviesa un punto de inflexión. El efecto Pascuttini dejó de ser una curiosidad para convertirse en una fuerza expansiva. Y cuando la convicción se mezcla con la esperanza, no hay estructura que resista. El radicalismo está perdiendo a su base más valiosa: la militancia que soñaba con transformar la provincia y hoy ve en el peronismo de Pedro Pascuttini una nueva casa.

Un liderazgo que crece desde el territorio
Pascuttini no opera desde los escritorios ni desde los pactos de poder. Recorre la provincia, escucha, arma, suma. Desde Humahuaca hasta Libertador, desde El Carmen hasta Abra Pampa, su discurso resuena con una lógica simple pero poderosa: “Jujuy tiene todo para salir adelante, pero necesita un gobierno que confíe en su gente”.

El clima político cambió. Las bases se mueven. Las lealtades se reconfiguran. El radicalismo se fractura, el peronismo se expande y Pedro Pascuttini emerge como el punto de encuentro entre ambos mundos.