¿Es posible una hegemonía del 30%? La farsa del león rodeado de silencio y cenizas

¿Es posible una hegemonía del 30%? La farsa del león rodeado de silencio y cenizas

En un país donde el presidente se autoproclama «el león» mientras el resto de la selva arde, el interrogante político más incómodo —y urgente— atraviesa la coyuntura como un cuchillo sin empuñadura: ¿puede un gobierno construir hegemonía con apenas el 30%?

La respuesta, con matices, ya se deja entrever en la calle, en el Congreso y en los pasillos mediáticos: sí, pero solo si la oposición se diluye, se silencia y se descompone ante el espanto.

La tiranía del 30% y el vacío de enfrente

La noción de “hegemonía” tiene raíces profundas en la historia argentina. Hegemonía no es solo ganar elecciones: es instalar sentido común, moldear el horizonte de lo posible, disciplinar al adversario y conquistar zonas simbólicas del debate público. Y hoy, en un clima económico demoledor —con caída de salarios, jubilaciones, actividad y reservas— Milei sigue dictando el guion, no por sus méritos, sino por la parálisis del resto.

Con un 30% consolidado, pero una oposición sin articulación, sin propuesta y sin épica, el presidente logra avanzar en una hegemonía por default. El resto —peronismo, radicalismo, progresismo, gobernadores— observa, murmura, sobrevive, pero no disputa. Y mientras tanto, la maquinaria libertaria avanza: impone su lenguaje, niega la realidad, opera con trolls y repite sin freno “la culpa es del pasado”.

Caputo y la obscenidad del blindaje

El componente económico es el telón de fondo. El plan no funciona, pero sobrevive en base a tres pilares tóxicos: atraso cambiario para mantener al dólar “quieto” y generar una ilusión de estabilidad; represión salarial feroz que destroza el consumo; y un blindaje financiero artificial con préstamos de organismos internacionales que solo postergan el colapso.

¿El resultado? Un país que importa carne mientras destruye su industria frigorífica, que manda limones desde Brasil mientras sus productores tiran fruta en el norte, que celebra “superávits” a costa de hambre y exclusión. Todo esto, bajo el halo de Caputo, el “mago” de las guaridas fiscales, cuya declaración patrimonial huele más a Guantánamo financiero que a transparencia liberal.

El Papa León XIV y el cachetazo pastoral

Mientras el gobierno celebra su 25 de Mayo de espaldas al pueblo, la Iglesia despertó con una homilía que sacudió hasta los cimientos del relato libertario. Monseñor Jorge García Cuerva le devolvió a Milei su rugido vacío con un mensaje de fe encarnada, solidaridad y dolor concreto. “Argentina sangra”, dijo. “Argentina se muere de hambre, de desesperanza y de odio”.

La homilía fue, como dijimos, una cachetada espiritual y política. Y su eco se sintió. Porque el pastor habló como lo que falta en la política: un liderazgo con empatía, conciencia y proyecto colectivo. No habló de inflación, habló de cuerpos y vidas. No pidió ajustar, pidió abrazar. Fue, como dijo alguien en la transmisión, una orden papal: de un León (el Papa León XIV), al otro león que gobierna con dientes de cartón.

El problema no es Milei, es el vacío

Y sin embargo, con todo esto, Milei puede seguir ganando. Porque no hay hegemonía sin resistencia, y hoy la resistencia está en shock, fragmentada, anémica, atrapada en internas y sin capacidad de construir una alternativa creíble. Ni siquiera alcanza con denunciar la desigualdad cuando no se ofrece un horizonte mejor, posible y compartido.

El gobierno lo sabe. Y por eso no busca mayorías reales en el Congreso. Su objetivo es otro: ganar la narrativa, disciplinar por el hambre, y decirle al país: “no hay otro camino”. Ganar en 2025 para justificar la demolición institucional y gobernar sin Congreso. Gobernar para el 30%, con el 70% acorralado entre el miedo, la resignación o la abstención.

El límite es el cuerpo

Pero hay un límite. No ideológico. No partidario. Fisiológico. Humano. Moral. Social. Un país no puede sobrevivir con la mitad de sus trabajadores empobrecidos, jubilados desnutridos, niños sin escuela y comunidades sin futuro. La sangre —literal— que brota del cuerpo social tiene un punto de inflexión.

Y ahí, la pregunta vuelve a ser vital: ¿puede un presidente gobernar con el 30% mientras el 70% se arrastra? Puede. Por un tiempo. Hasta que el cuerpo diga basta. Hasta que ese “niña, yo te lo ordeno, ¡levántate!” se transforme en consigna colectiva. En voto. En calle. En nueva esperanza.

Milei cree que puede gobernar con odio, con trolls y con la fe ciega de un tercio. Pero la historia argentina nunca toleró hegemonías sin alma. Y si la oposición no reacciona, la respuesta no vendrá de un partido, sino de un pueblo harto de caminar en sangre ajena.

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