Estamos en el peor momento del poder adquisitivo en 40 años: ¿Es Milei la cura o la enfermedad?

Estamos en el peor momento del poder adquisitivo en 40 años: ¿Es Milei la cura o la enfermedad?

Argentina atraviesa un presente socioeconómico inédito, pero no por su prosperidad ni por su innovación: el poder adquisitivo del salario mínimo está hoy en su nivel más bajo en cuatro décadas, una caída que no solo revela la profundidad de la crisis actual, sino la arquitectura de una decadencia planificada, sostenida y ahora, directamente legitimada por un gobierno que se autodefine como “la solución”.

La pregunta que flota con angustia en cada mesa de los trabajadores no es solo cuánto vale el sueldo, sino cuánto más vamos a caer. Y si lo que está en marcha es una salida o una demolición controlada de todo lo que alguna vez fue el contrato social argentino.


¿Cómo llegamos hasta acá?

Entre 2003 y 2015, el salario mínimo creció en poder adquisitivo. Con sus altibajos, la recuperación del salario real fue una política deliberada del Estado. A partir de 2015, esa curva se invirtió. Durante el macrismo, el salario comenzó a deteriorarse; con la pandemia y el zigzagueo del albertismo, esa erosión se profundizó. Pero con la llegada de Javier Milei, la caída se volvió abismo.

Desde diciembre de 2023, el salario mínimo cayó más de un 30% en términos reales. Hoy no alcanza ni para cubrir el 60% de la canasta básica alimentaria. Ser asalariado formal en Argentina equivale a ser oficialmente indigente.

Este hundimiento no es accidental. Es el núcleo del modelo económico del actual gobierno, que sostiene la desinflación a costa de aplastar la demanda interna. En palabras del propio ministro Caputo: “Queremos remonetizar la economía sacando los dólares de la gente”. En otras palabras: empujar a millones a quemar sus ahorros para sobrevivir mientras se mantienen congelados sus ingresos.


El rogel de estafas como forma de gestión

La Argentina de Milei es un laboratorio de estafas en serie. Prometió dolarización, pero encareció la vida en dólares. Prometió libertad, pero asfixia al periodismo. Prometió eficiencia, pero entrega el Estado al lobby extranjero.

A la caída del salario se suma la desinversión social, la persecución a comedores populares, la desprotección de jubilados, el alineamiento acrítico con Estados Unidos, y una inédita desregulación que deja a millones fuera del sistema, pero en nombre de una épica libertaria tan vacía como cruel.

El modelo es claro: entregar recursos naturales (litio, rutas marítimas, 5G) a cambio de respaldo externo mientras se licúa la moneda, se reprime la protesta y se intenta fundar un nuevo “orden moral”, donde el que sobrevive es virtuoso, y el que se hunde es culpable.


¿Es Milei la solución o parte del problema?

El discurso oficial insiste en que esto es “dolor necesario”. Pero el ajuste no afecta a todos por igual: mientras se pulverizan los ingresos populares, los grandes ganadores del modelo financiero acumulan beneficios con tasas imposibles y rentas dolarizadas.

Y más aún: mientras el FMI celebra que “el déficit se convirtió en superávit”, no menciona que ese superávit esconde recortes feroces en salud, educación, alimentos y salarios.

¿Puede este camino estabilizar la economía? Tal vez. Pero, ¿a qué costo? ¿Qué clase de país quedará después de esta cirugía sin anestesia? ¿Qué democracia puede sostenerse con millones vendiendo sus pertenencias para comer?


¿Hay salida? ¿Hay esperanza?

Sí, pero no con esta hoja de ruta. La salida no es la anestesia social ni la entrega geopolítica. La salida pasa por reconstruir un pacto colectivo que vuelva a poner al trabajo, la producción y el desarrollo nacional en el centro.

Se necesita un nuevo modelo de crecimiento inclusivo, no un dogma ideológico financiado con hambre. Argentina tiene recursos, talento y voluntad. Lo que falta es un proyecto de país con futuro y dignidad. Milei no es una respuesta. Es una advertencia.

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