La ilusión de las sanciones: Europa juega ajedrez con un oso que aprendió a boxear
Durante más de dos años, Europa ha intentado debilitar a Rusia con un arsenal de sanciones económicas que, lejos de doblegar al Kremlin, lo han empujado a redefinir su estrategia geopolítica y a consolidar nuevas alianzas globales. Eliseo Fernández, politólogo especializado en geopolítica, lo sintetiza con crudeza: “Rusia no va a rendirse por las sanciones. Europa está haciendo el ridículo”. Y el diagnóstico es certero: Moscú, lejos de aislarse, ha desplazado su centro de gravedad económico hacia el Este, forjando un eje con China, India e Irán, en un nuevo sistema de interdependencias que deja al Viejo Continente fuera del tablero de poder global.
En lugar de colapsar, la economía rusa encontró oxígeno en mercados alternativos, reconvirtiéndose a la lógica del mundo multipolar. Las sanciones no han sido un cerrojo, sino un catalizador de independencia estratégica. En paralelo, Europa, con su dependencia energética mutilada y su industria sofocada por la inflación y la escasez, asiste a un juego que ya no domina. Su mayor error: creer que la guerra híbrida podía ganarse solo con restricciones bancarias y condenas en conferencias de prensa.
Una Rusia nueva, más letal y decidida
Como alerta el Dr. José Luis Orella, profesor titular en la Universidad CEU San Pablo, “Europa podría tener un conflicto más peligroso con una Rusia más preparada”. El Kremlin ha transformado su aparato militar en tiempo real, aprendiendo sobre el terreno y adaptando su doctrina de guerra a un conflicto largo y convencional. Mientras tanto, las fuerzas armadas europeas siguen ancladas en presupuestos austeros, interoperabilidad cuestionable y una dependencia estructural de la OTAN que, en algunos casos, bordea la servidumbre voluntaria.
Para los países bálticos y otras fronteras calientes con Rusia, la amenaza no es solo retórica. Moscú ya ha demostrado su voluntad de defender sus «zonas de influencia» con fuego, sangre y drones hipersónicos. Si Ucrania fue el laboratorio, lo que viene podría ser una confrontación directa, sin terceros intermediando.
Europa en la cuerda floja: ambigüedad estratégica y fe ciega en Trump
La actitud de los líderes europeos, según José María Viñals, director del máster en Relaciones Internacionales del IEB, refleja una preocupante combinación de resignación e improvisación. “Esperan que Trump logre la paz, pero se preparan para la guerra”, explica. Esta ambigüedad estratégica —esperar salvación externa mientras se refuerzan los arsenales— evidencia la falta de una política exterior común y, peor aún, la ausencia de liderazgo europeo con visión de largo plazo.
Depositar la esperanza en Donald Trump, cuya política exterior se basa en el maximalismo transaccional y la deslegitimación de los compromisos internacionales, no es una estrategia: es un salto al vacío. La paz, si llega por ese canal, no será multilateral ni estable, sino un acuerdo de elites, hecho a espaldas de Kiev y de Bruselas.
La decadencia occidental y el nuevo orden en gestación
Lo que realmente está en juego, como señala Fernández, es la reconfiguración del poder global. La guerra en Ucrania no es solo un conflicto territorial: es el síntoma de un cambio tectónico. Europa, mientras tanto, corre el riesgo de convertirse en un museo geopolítico. La incapacidad para imponer sanciones efectivas, construir disuasión militar real o liderar soluciones diplomáticas globales, la convierte en una potencia declinante atrapada en su propio laberinto burocrático.
Rusia, con un modelo autoritario, sí, pero con una capacidad estratégica renovada, parece comprender mejor el nuevo juego. Mientras el mundo multipolar se consolida en el Sur Global, la Unión Europea sigue creyendo que la historia se escribe desde Estrasburgo y no desde los corredores de Beijing, Delhi o Moscú.
El desenlace está abierto: ¿cierre de ciclo o salto al abismo?
La historia no está escrita. Europa aún podría recuperar protagonismo si asume su irrelevancia como punto de partida para una refundación estratégica. Eso implica inversión real en defensa, autonomía energética, diplomacia pragmática y sobre todo, dejar de actuar como una extensión moralizante de Washington. El riesgo, si no lo hace, es convertirse en el escenario de la próxima gran guerra, con una Rusia revitalizada como protagonista y un continente sin guion, sin voz y sin blindaje.