La foto macroeconómica ya no admite eufemismos. Mientras el Gobierno celebra “estabilidad” en los powerpoints, la realidad muestra otra cosa: importaciones de bienes y servicios en torno al 33% del PBI, muy por encima del promedio histórico del 21%, y un récord de más de 10.000 millones de dólares en bienes de consumo importados entre enero y octubre. Es decir: nunca entraron tantos productos terminados del exterior… con tan pocas reservas en el Banco Central.
El resultado en la calle es transparente: cierre de plantas (Whirlpool, Esen, recortes en Mondelez), suspensiones en terminales automotrices como Stellantis, autopartistas paradas, galletiteras y alimenticias ajustando turnos porque la demanda se derrumba. Esto no es “reordenamiento eficiente del mercado”. Son números de guerra en la producción.
La “tenaza” que ahoga a la economía real tiene tres patas:
- Apertura importadora sin criterio: autos, motos, tractores, alimentos, combustibles refinados, fertilizantes como la urea que podríamos producir acá… todo entra de afuera, barato en dólares, caro en empleo local.
- Salarios pulverizados y consumo en caída: incluso productos inelásticos como el café caen 15%. Se sostiene el consumo de la cúspide (cápsulas, cafés de especialidad), se desploma el paquete de medio kilo que compra la mayoría. La base de la pirámide deja de consumir.
- Tasas usurarias que matan el crédito: con costos financieros reales cercanos al 190% anual para un préstamo personal, endeudarse para pagar el alquiler o refinanciar la tarjeta es una trampa mortal. Sin cuotas accesibles no hay electrodomésticos, no hay autos, no hay reposición de stock.
El Gobierno responde con un dogma: si cierran fábricas y entran productos chinos “más baratos”, los argentinos ahorran y con ese excedente aparecerán nuevos negocios, más eficientes. La teoría de manual ignora un detalle menor: sin empleo no hay ingreso; sin ingreso, no hay consumidor; sin consumidores, no hay mercado.
La paradoja es obscena: se derriba el tejido industrial y comercial que sostiene el empleo para que una porción de la población pueda comprar importados “baratos” a dólar atrasado… hasta que ya nadie tenga con qué pagar ni lo barato ni lo caro.
A esto se suma la otra pata del modelo: endeudarse para sostener la ficción. El propio ministro reconoce que no acumula reservas por la cuenta comercial sino por la cuenta capital. Traducido: no entra dólar productivo, entra deuda.
- Deuda pública bruta creciendo fuerte.
- Más de 4.200 millones de dólares emitidos por provincias y empresas en un solo mes, con el Banco Central comprando sólo una fracción mínima.
- Corporaciones energéticas y petroleras colocando bonos afuera mientras el Estado sueña con que esos dólares financien el esquema cambiario… pero no ingresan al ritmo necesario.
Estamos parados en un modelo que combina apertura salvaje, recesión profunda, tasas prohibidas y deuda creciente. Y que, además, es políticamente frágil: cada tensión cambiaria se resuelve con un llamado desesperado a Washington. ¿Hasta cuándo se puede repetir el salvataje? Incluso ex funcionarios del FMI advierten que Estados Unidos no rescatará indefinidamente un plan que no cierra.

La pregunta estratégica es brutal:
¿Cuánto tiempo puede sostenerse un país sin industria, sin crédito, con empleo formal en caída, consumo desplomado y dependencia permanente de la deuda externa?
En este contexto, la ausencia de un plan de desarrollo con inclusión no es un detalle técnico: es una amenaza directa a la estabilidad social y política. No hay hoja de ruta para reindustrializar, para integrar PyMEs a cadenas de valor, para apalancar tecnología y exportaciones con valor agregado. Sólo hay ajuste, bicicleta financiera y relato anti-Estado mientras el aparato estatal sigue dependiendo, paradójicamente, de impuestos que se cobran sobre una economía que cada mes es más chica.
Y en medio de este cuadro, ¿dónde están los gobernadores?
Mientras cierran fábricas en sus provincias y los comercios bajan la persiana, muchos mandatarios locales juegan sin matices para la Casa Rosada, celebran recortes y se suben al mismo festival de endeudamiento en dólares. Actúan como CFOs de una filial, no como líderes territoriales responsables de defender el empleo y la producción de sus pueblos.
Si este rumbo continúa, 2026 puede encontrarnos con menos fábricas, menos empleo, menos clase media y más pobreza estructural, con un Estado fiscalmente inviable y políticamente sitiado. No es una discusión ideológica: es aritmética social básica.
Argentina necesita reglas claras, sí, pero también industria, crédito, mercado interno, exportaciones competitivas y un proyecto que incluya a la mayoría. Sin eso, el modelo se agota antes de empezar, y lo que queda no es “libertad”, es intemperie.
El experimento puede seguir negando la realidad un tiempo más. Lo que no puede negar es que, sin consumidores, sin trabajo y sin producción, no hay Gobierno que aguante ni relato que sobreviva.
