Fin de la política de apellidos: cómo el mundo avanza hacia liderazgos sin casta

Fin de la política de apellidos: cómo el mundo avanza hacia liderazgos sin casta

Durante décadas nos vendieron la idea de que gobernar era cosa de “familias políticas”. Apellidos como marcas registradas, clanes que heredaban cargos como si fueran estancias, partidos convertidos en empresas familiares. Pero algo se quebró: la sociedad conectada empezó a desconfiar de cualquier dirigente cuya mayor credencial sea el árbol genealógico. El mundo está dejando atrás la política de apellidos y avanzando, con tropiezos pero con decisión, hacia liderazgos sin casta.

En Europa se ve con claridad. Dinastías partidarias que dominaron por 40 años hoy apenas arañan un 15% de los votos. Surgen alcaldes, movimientos locales, plataformas ciudadanas que se organizan alrededor de causas concretas: vivienda, clima, transporte, impuestos. No les importa el linaje del líder, sino su capacidad de rendir cuentas en tiempo real. La lealtad ya no está con la sigla histórica, sino con la comunidad que se arma en torno a un canal de Telegram, una app municipal o una asamblea híbrida.

En Asia, varias ciudades globales avanzan hacia modelos de “gobierno como plataforma”: Estados que ponen datos, infraestructuras y marcos regulatorios, mientras la ciudadanía co-diseña políticas públicas a través de consultas digitales, votaciones frecuentes y presupuestos participativos online. No hay lugar para caudillos heredados; hay lugar para equipos rotativos, mandatos breves y dirigentes que pueden ser reemplazados si pierden la confianza. El liderazgo se vuelve servicio, no trono.

América Latina todavía oscila entre el pasado y el futuro. Conoce de sobra el peso de los apellidos que sobreviven a todos los fracasos; pero también empieza a dar señales de fatiga. Millones de jóvenes ya no se sienten representados por partidos que repiten los mismos nombres hace 30 años. Buscan otra cosa: proyectos que incorporen tecnología cívica, control social de la gestión, trazabilidad del dinero público y espacios donde cualquier vecino competente pueda asumir un rol, sin pedir permiso a la casta.

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Argentina y Jujuy no son la excepción. El peronismo envejecido y el libertarismo cooptado por herederos de siempre son dos caras de la misma moneda: estructuras verticales que reciclan apellidos y excluyen a la clase media independiente, a los profesionales, a los trabajadores precarizados y a los jóvenes tecnológicos que podrían estar diseñando soluciones y no solo comentando el desastre en redes. No faltan cerebros; sobran barreras de entrada al sistema político.

Perico Noticias sostiene que la salida no es “más de lo mismo con otra bandera”, sino un rediseño profundo: listas abiertas, internas digitales con auditoría ciudadana, mandatos acotados, revocatoria en caso de incumplimiento, y una regla simple pero contundente: ningún cargo electivo debería poder ser heredado ni encadenado por la misma familia durante décadas. El liderazgo debe nacer del mérito, la capacidad y la confianza, no de un apellido grabado a fuego en la boleta.

El mundo ya está ensayando comunidades políticas tribales en el mejor sentido del término: grupos de pertenencia que se organizan por valores compartidos, proyectos concretos y herramientas tecnológicas de coordinación. Es hora de que Jujuy y la Argentina se suban a esa ola. Fin de la política de apellidos no significa odio a la historia; significa respeto al futuro. Una democracia adulta no necesita padres eternos ni hijos dilectos: necesita ciudadanos capaces, conectados y vigilantes, dispuestos a liderar y a soltar el poder con la misma naturalidad.

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