La discusión sobre la reforma laboral en Argentina se presenta como si fuese la llave maestra para destrabar la inversión y crear empleo. Se habla de “modernización”, “competitividad”, “bajar costos”, como si con ajustar un par de artículos del Código se pudiera revertir décadas de desindustrialización y atraso tecnológico.
El problema es que, mientras el debate político se traba en si el preaviso será de 30 o 15 días, la cancha ya cambió de dimensiones: el rival no es el obrero de otro país, es el robot de una planta automatizada china, instalado en el propio territorio argentino o en cualquier zona franca del planeta.
Ni esclavos alcanzan la curva de aprendizaje china
Seamos brutalmente honestos:
ni siendo esclavos, ni trabajando gratis, podemos igualar la productividad china.
No se trata sólo de salarios bajos. China nos lleva décadas de ventaja en:
- Escala industrial: fábricas pensadas para producir millones de unidades, no miles.
- Integración logística: puertos, trenes, rutas y zonas francas funcionando como una sola cadena.
- Tecnología y automatización: líneas de producción robotizadas, inteligencia artificial, control numérico.
- Estado coordinador: financiamiento, diseño de clústeres, política cambiaria y comercial alineadas con la estrategia productiva.
Mientras tanto, en Argentina la “reforma” se reduce a discutir cuántos juicios laborales se pueden evitar. Es como querer correr una Fórmula 1 ajustando el espejo retrovisor: el problema no es el reglamento, es el motor.
La flexibilización como respuesta tardía
¿Hace falta revisar el andamiaje laboral argentino? Sí.
¿Alcanza para evitar la pérdida masiva de empleo que viene? No.
La flexibilización llega tarde y mal porque pretende resolver un conflicto del siglo XX —capital vs trabajo asalariado en una fábrica clásica— en un mundo donde el nuevo conflicto es capital automatizado vs humanidad sobrante.
La Argentina discute cómo abaratar el empleo justo cuando el sistema global está discutiendo cómo prescindir del empleo. Mientras negociamos convenios para que un trabajador pueda hacer dos tareas por el sueldo de una, las cadenas de valor chino-global ya están diseñando plantas donde no habrá casi trabajadores, salvo técnicos de mantenimiento.
En ese contexto, la reforma laboral corre el riesgo de ser algo peor que inútil:
un mecanismo agónico que sólo ordena la forma en que millones de personas quedarán fuera del mercado laboral formal en los próximos años.
Dos pies chinos en territorio argentino
El desembarco chino en Argentina no se limita a comprar soja o litio. Llega con:
- Plantas industriales llave en mano, que se montan y comienzan a operar con procesos ya optimizados.
- Créditos atados, donde el financiamiento obliga a contratar equipamiento y empresas chinas.
- Control de eslabones estratégicos: energía, minería, logística, telecomunicaciones.
En ese esquema, ¿qué margen real queda para un tejido PyME nacional que compite con tecnología importada, escala descomunal y costos financieros prohibitivos? Poner a los trabajadores argentinos a pelear por quién cobra menos es una guerra perdida de antemano.
No se trata de negar la necesidad de marcos laborales más racionales; se trata de entender que, aun con la legislación “ideal” para el capital, el trabajo argentino no puede ganar esa pulseada.
Sin mercado interno, no hay antiglobalismo posible
Si Argentina quiere sobrevivir como proyecto de país, tiene que hacer algo que nunca hizo en serio:
construir un mercado interno robusto, integrado y soberano.
Un plan antiglobalista no se declama, se diseña:
- Definiendo sectores estratégicos donde la producción nacional tenga prioridad absoluta.
- Blindando con políticas concretas —aranceles inteligentes, estándares técnicos, compras públicas— aquellos eslabones que se decida preservar.
- Invirtiendo masivamente en tecnología propia, no sólo en importar maquinaria.
- Rediseñando la educación y la formación profesional para un país que no resigna a su gente al rol de mano de obra barata, sino que la coloca como sujeto de conocimiento.
Sin ese giro de timón, cualquier reforma laboral será apenas un apéndice prolijo de la misma historia: recursos naturales baratos, productos importados caros y un ejército creciente de desocupados, subocupados y emprendedores del rebusque.
¿Reforma? Sí. ¿Para qué modelo?
La discusión honesta debería empezar por acá:
- Si la reforma laboral se hace para “facilitar la inversión” de plantas ultra automatizadas chinas o de fondos que buscan mano de obra desechable, la consecuencia será más desigualdad y menos empleo.
- Si la reforma se hace como parte de un nuevo pacto productivo nacional, donde el objetivo es fortalecer empresas locales, cadenas regionales y un mercado interno capaz de absorber producción propia, la conversación cambia.
La pregunta ya no es si flexibilizar o no. La verdadera pregunta es:
¿Queremos ordenar el funeral del trabajo argentino o escribir un plan de supervivencia?
Mientras sigamos discutiendo la primera parte, China y sus robots —y, detrás, cualquier otra potencia que compre barato y venda caro— seguirán avanzando. Y la reforma laboral quedará en los libros como lo que es: la respuesta correcta a un problema que ya cambió de nombre.
