Asistimos a un espectáculo desgarrador: Milei ya no gobierna, reproduce. Ya no manda, reacciona. Se ha transformado en algo más parecido a un figurín, un decorado mientras las provincias, el Congreso y los mercados se imponen con una fuerza que él no controla.
El veto presidencial a la ley de distribución automática de los Aportes del Tesoro Nacional (ATN) —una norma aprobada por ambas cámaras con respaldo de gobernadores— no es solo un enfrentamiento institucional más. Es la confesión explícita del poder real hoy: las provincias gobiernan. Milei intenta resistir, envía decretos vetos, pero al hacerlo pierde cada vez más terreno político.
Paralelamente, los mercados hacen su veredicto: riesgo país por las nubes, los bonos castigados, los activos argentinos fluctuando violentamente, mientras que la cotización del dólar se acerca al límite de la banda cambiaria. Cada vez que el presidente vetaba una ley, cada vez que atacaba lo que el pueblo votó, el mercado reaccionó: con desconfianza, fuga de inversiones, incertidumbre abrupta.
Lo que está pasando en realidad no es solo una crisis económica. Es la descomposición moral y simbólica de un gobierno que prometía lo extremo y entregó lo frágil. Milei llegó creyendo que podía gobernar por decreto, que el ajuste sería aceptado como sacrificio patriótico. Se olvidó de lo esencial: la legitimidad política, que no puede imponerse solo desde el carisma o el discurso libertario, sino que nace del control, del consenso, del respeto de las reglas institucionales.
¿Cómo se sale de esta caída?
- Reconocer el podio actual: admitir que las provincias ya no aceptan quedarse con migajas, que demandan recursos legítimos, que quieren cumplir sus funciones sin depender del capricho de Casa Rosada.
- Restituir leyes vetadas, recomponer puentes con el Congreso: las leyes votadas representan compromisos sociales y políticos. Vetarlas sin respaldo se traduce en conflictividad, desconfianza y deterioro institucional.
- Estabilizar el dólar y proteger reservas: la especulación no espera pactos, solo flujo claro, previsibilidad. No hay margen para “sorpresas” en la banda cambiaria ni para vender dólares del FMI como medida desesperada.
- Priorizar lo social: universidades, hospitales, educación no son sectores secundarios. Son la base del ascenso social. Cortar esos recursos no es ajustar; es destruir futuro.
- Diálogo real con provincias y actores sociales: gobernadores, intendentes, rectores, organizaciones sociales tienen hoy más poder del que creen. Su voz colectiva puede reconstruir legitimidad.
Este momento es histórico. Ya no alcanza con vetos, con decretos, con promesas de austeridad. Cuando el riesgo país supera los mil puntos, cuando el apoyo político se escapa por los costados, cuando la gente moviliza, lo que se impone es la verdad: Milei es solo un decorado.
Las provincias ejercen poder real. El Congreso ya no tolera vetos descarados. El país pide soluciones concretas y genuinas. Si no cambian el rumbo, no será el default financiero lo que termine derrotando al gobierno: será el default de su propia razón de ser.