Mientras el humo blanco ya ha surcado los cielos del Vaticano y el balcón de la Basílica de San Pedro se prepara para pronunciar el histórico “Habemus Papam”, una expectativa densa, planetaria y profundamente humana se extiende desde Roma hacia todos los rincones del mundo: ¿quién será el nuevo Papa? ¿Y más aún: qué Iglesia conducirá en este siglo convulsionado, descreído y fracturado?
A minutos de conocerse el nombre del sucesor de Francisco, el mundo contiene la respiración. Pero lo que está en juego no es solo un nombre ni una elección simbólica. Lo que está en juego es la dirección espiritual, moral y política de una de las instituciones más antiguas e influyentes del planeta, en un momento donde la humanidad —fragmentada, digitalizada, migrante y desigual— busca más que nunca referentes con coraje ético y sentido de comunidad real.
Francisco gritó “¡hagan lío!”… pero no todos escucharon
Jorge Mario Bergoglio, el papa argentino que desafió protocolos y abrió grietas de aire en los muros vaticanos, invitó al mundo a desordenarse en nombre del amor, la justicia y la presencia entre los pobres. “Hagan lío”, pidió. Y lo hizo con un estilo directo, incómodo y profundamente pastoral.
Pero gran parte de la curia, y del mundo católico, nunca terminó de entender su mensaje. Otros, simplemente lo resistieron. Y muchos fieles, sobre todo en América Latina y África, se quedaron esperando una Iglesia más cercana, más humilde, más callejera.
Hoy, con la elección de un nuevo papa, esa promesa inconclusa vuelve a estar sobre la mesa. Porque el nuevo pontífice no heredará solo una tiara simbólica: heredará una humanidad lastimada por la guerra, por la migración forzada, por la desigualdad, por la crisis ambiental, por la ansiedad colectiva que genera este mundo líquido donde todo es efímero, pero nada es superficial.
¿Un papa para las redes o para las heridas?
El desafío no es menor. La Iglesia Católica ya no es el centro del mundo, pero sigue siendo un faro capaz de influir, mediar y consolar. ¿El nuevo papa será un hombre de estructuras o un líder del espíritu? ¿Será gestor o profeta? ¿Podrá traducir el Evangelio en una acción concreta en un mundo que desconfía del poder y reclama autenticidad?
La juventud huye de los dogmas, pero busca sentido. Las comunidades sufren divisiones internas, pero siguen aferradas a sus símbolos. Y el Sur global —en particular América Latina, África y el sudeste asiático— espera que Roma deje de mirar solo a Europa y se convierta realmente en un puente global.
¿Y si el nuevo papa no llega con certezas, sino con preguntas?
Quizás este nuevo pontífice no deba tener todas las respuestas. Tal vez, su mayor fortaleza sea convocar a la humanidad a nuevas formas de hermandad, de reconciliación, de búsqueda compartida. Tal vez no necesitemos un papa infalible, sino uno que se atreva a ser vulnerable con los vulnerables, que se ensucie los pies, que escuche más que hable, que no bendiga silencios ni pactos de poder, sino que ilumine las sombras donde habita el sufrimiento.
El rol internacional: del Vaticano diplomático al Vaticano transformador
En el plano global, el nuevo papa deberá dialogar con potencias enfrentadas, mediar en guerras invisibilizadas, y ser voz ante organismos internacionales que muchas veces miran para otro lado. Francisco lo intentó con Ucrania, con el cambio climático, con la Amazonía. ¿El nuevo papa profundizará ese camino?
Si el mundo necesita una nueva gobernanza, un nuevo paradigma, ¿qué rol jugará el nuevo pontífice en la construcción de un orden más justo, más humano y menos sacrificado para los más pobres?
¿Será el papa de la periferia?
Desde el Norte argentino hasta el cuerno de África, desde las favelas brasileñas hasta los campos de refugiados de Oriente Medio, millones de creyentes esperan hoy no solo un nuevo papa, sino un nuevo aire, una nueva mirada, una nueva cercanía. Que no venga a gobernar desde mármoles fríos, sino a caminar con los pies descalzos de la humanidad.
La fumata blanca ya se elevó. El mundo observa. Y la historia está por comenzar a escribirse, otra vez.