“Hasta acá llegaste, Milei”: Las Provincias Unidas y el peronismo le pusieron un freno político al poder sin límites

“Hasta acá llegaste, Milei”: Las Provincias Unidas y el peronismo le pusieron un freno político al poder sin límites

“Hasta acá llegaste, Milei”: Las Provincias Unidas y el peronismo le pusieron un freno político al poder sin límites«

La jornada del miércoles 6 de agosto en el Congreso de la Nación marcó un hito en la disputa de poder entre el oficialismo de La Libertad Avanza y el bloque opositor ampliado, donde convergieron el peronismo y el grupo de gobernadores nucleados bajo el nombre simbólico de Las Provincias Unidas. Por primera vez desde que Javier Milei asumió la presidencia, el Congreso dejó de ser un espacio de trámite para convertirse en un actor real del sistema republicano, dispuesto a ponerle límites al modelo de veto, ajuste y concentración del poder que venía imponiendo el Ejecutivo. La lectura política es clara: Milei encontró un techo y deberá perforarlo si quiere sostener su relato.

El punto de inflexión no fue solamente parlamentario, fue narrativo. Lo que hasta hace semanas era un discurso férreo basado en el “déficit cero” y el “superávit fiscal a cualquier costo”, comenzó a resquebrajarse. La crudeza de la realidad –inflación sostenida, suba del dólar, caída del salario real, destrucción del consumo y una recesión profunda– hizo que incluso sectores tradicionalmente aliados al orden económico liberal comenzaran a percibir que la sociedad argentina estaba quedando excluida de cualquier promesa de bienestar. “El pueblo se quedó afuera”, se escucha cada vez más fuerte en los pasillos del Congreso. Y los senadores, en un raro acto de representación genuina, lo dijeron con votos.

Los gobernadores del norte grande, del sur y de las economías regionales comenzaron a moverse como bloque. Arrinconados por recortes, desfinanciamiento y desprecio discursivo, decidieron reconfigurar su estrategia: pasar de la sumisión a la acción. La denominación Provincias Unidas no es caprichosa: evoca la historia federal que dio origen a la Argentina, y en ese espejo comenzaron a mirarse. Ayer dijeron “hasta acá”, y lo hicieron con la fuerza de los números parlamentarios, pero también con la potencia simbólica de un federalismo cansado del unitarismo centralista de Balcarce 50.

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Con esta configuración, el oficialismo ya no cuenta con el músculo necesario para renovar el DNU que le otorgó facultades extraordinarias. El mes de octubre, cuando ese decreto pierda vigencia, aparece en el horizonte como una nueva batalla institucional donde el equilibrio de poderes podría restaurarse. Si eso ocurre, no será sólo una derrota de Milei; será el principio del fin del modelo de gobernabilidad por decreto, de la concentración brutal del poder en manos de un solo hombre, y del abandono del diálogo democrático.

El peronismo, por su parte, también tomó nota. El operativo clamor ya no alcanza: se necesita una propuesta que recoja la demanda de cambio estructural, pero con sensibilidad social. Ya no es suficiente con oponerse a Milei desde la nostalgia; se impone una refundación ética, federal y productiva del modelo argentino. Por eso, la confluencia entre Las Provincias Unidas y el peronismo de base puede marcar el inicio de una nueva articulación política que combine gobernabilidad con justicia social, equilibrio fiscal con desarrollo humano, reformas con derechos.

El discurso presidencial, ceñido a los índices macroeconómicos y la guerra cultural permanente, está perdiendo profundidad. Los datos que muestra ya no conmueven. El pueblo ve que la inflación sigue, el dólar se dispara, los salarios se licúan y la promesa de libertad se traduce en angustia, parálisis y desprotección. La narrativa libertaria empieza a oxidarse, porque la épica del Excel no llena la olla, no cura, no educa ni abraza.

Milei ha chocado con la política real: la de los territorios, la de los intereses colectivos, la de las representaciones que, con todos sus límites, aún tienen contacto con el dolor del pueblo. El Congreso, ayer, no fue una casta: fue un escudo. Y esa escena marca un cambio de época. Si se sostiene, el próximo capítulo no será escrito por un libertario con motosierra, sino por un país que empieza a despertar de su pesadilla individualista para reconstruir un proyecto común.

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