“Jujuy al filo del abismo: casta reciclada, voto vaciado y pueblo sin destino”

“Jujuy al filo del abismo: casta reciclada, voto vaciado y pueblo sin destino”

Editorial

La política jujeña atraviesa una de sus encrucijadas más brutales desde la recuperación democrática. El dato duro de las últimas elecciones legislativas es tan elocuente como alarmante: un 37% de ausentismo dejó deslegitimado el resultado electoral. Más de 220.000 jujeños eligieron no votar, dar la espalda al sistema o directamente resignarse ante la impotencia de un sistema político que no los representa. La fuerza ganadora apenas alcanzó 139.000 votos sobre un padrón de casi 600.000 electores, es decir, menos de un cuarto del electorado. En un sistema que se define como representativo, esa cifra quiebra toda narrativa de legitimidad.

A esto se suma otro dato de gravedad democrática: más de 100.000 votos fueron descartados por no superar el umbral del 5%. Son ciudadanos que sí decidieron participar, pero que fueron neutralizados por una norma que convierte a la política en un club cerrado para los de siempre. En nombre de la institucionalidad, se margina el deseo popular.

El descontento crece. La desafección política es hoy la norma. La clase dirigente jujeña —de cualquier signo— se ha aburguesado, encerrada en privilegios, ajena al pulso social. Las demandas ciudadanas no son marcianas: salario, empleo, salud, seguridad y respeto ambiental. Pero la sordera es total, y la distancia entre representantes y representados ya parece insalvable.

El fenómeno libertario encarnado por Javier Milei fue leído como un golpe de timón contra “la casta”. Sin embargo, los legisladores electos en su nombre en Jujuy no tienen un solo voto propio. Fueron arrastrados por el efecto plebiscitario de una elección nacional, sin arraigo territorial ni programa para la provincia. El voto fue contra el kirchnerismo, contra el macrismo, contra Morales, contra todo, pero no fue a favor de nadie.

Peor aún: los nuevos libertarios jujeños ya fueron encasillados como “la nueva casta”, y con razón. Muchos de ellos son exfuncionarios camporistas, fellneristas o burócratas del pasado, disfrazados ahora de adalides de la libertad. Son reciclajes políticos sin mérito ni ética, que jamás encenderán una motosierra ni defenderán los intereses de una provincia entregada al saqueo. El RIGI (Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones) es apenas un símbolo del nuevo colonialismo extractivo que se impone mientras los pueblos originarios y los sectores ambientalistas son criminalizados o ignorados.

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Jujuy vive una paradoja atroz: mientras sus riquezas minerales despiertan codicia global, su gente se hunde en la miseria. Las regalías del litio jamás se transformaron en bienestar. El salario estatal se derrumba, las paritarias no superan el 2%, y el consumo se ha congelado por una crisis que no se mide en inflación sino en desolación: nadie compra, nadie vende, nadie produce.

Mientras tanto, Gerardo Morales sigue operando como amo feudal, recorriendo intendencias con su dedo omnipresente, mientras Carlos Sadir —gobernador formal— apenas gestiona como si siguiera siendo ministro de Economía. El peronismo camporista derrotado se abraza con nostalgia al apoyo de Morales frente a la detención de Cristina Fernández de Kirchner, del mismo modo que lo hizo la izquierda trotskista de Bregman. La escena política se convierte en un aquelarre sin rumbo ni decoro.

Jujuy, con un sector privado débil, una economía raquítica, un poder judicial sometido y una clase política autorreferencial, comienza a deslizarse hacia el precipicio histórico. El siglo XXI trajo oportunidades impensadas: energías renovables, comercio digital, cooperación global, industrias del conocimiento. Pero nuestros gobernantes siguen atrapados en el siglo XIX, gestionando con las lógicas del patrón de estancia.

La única constante es el aumento de la pobreza, la caída del consumo, la erosión de la esperanza. Las nuevas generaciones no encuentran estímulos, ni partidos ni liderazgos que los convoquen. Solo ven una casta política torpe, elitista y cansada, incapaz de encender la chispa del cambio prometido.

Si no hay una renovación urgente de la representación, si no emergen voces nuevas que articulen con firmeza las demandas populares, la desconexión será total y la explosión inevitable. Jujuy no puede seguir fingiendo democracia con 63% de participación y 100.000 votos tirados a la basura. Lo que viene, si nada cambia, será caos o rebelión. Y ambas cosas son hijas de la traición política.

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