Jujuy, el ocaso peronista y la hora de refundar lo político

Jujuy, el ocaso peronista y la hora de refundar lo político

El peronismo en Jujuy ha dejado de ser alternativa. No es una afirmación retórica ni un lamento militante, es una sentencia política inapelable. La candidatura de Leila Chaher, ungida sin sustento por un interventor que nadie eligió, es la rúbrica final de un proceso de descomposición que se arrastra desde hace años y que el 11 de mayo terminó de cristalizar. Ya no hay épica, ni propuesta, ni músculo territorial: el PJ jujeño es apenas nostalgia encapsulada en una melancolía paralizante.

En el fondo, el problema no es Leila, ni siquiera Aníbal Fernández. El problema es una estructura vacía de sentido, sin capacidad de interpelación social ni lectura de época, que confunde supervivencia institucional con representación política. Hoy, el PJ jujeño es una postal amarilla del siglo pasado: sin programa, sin liderazgos vivos, sin anclaje en las demandas populares. Un partido intervenido, encapsulado, sin brújula ni alma.

Y el Frente “Jujuy Crece”, esa amalgama oportunista que quiso ser el arca de salvación, es ahora el Titanic: todavía se lo ve con el casco fuera del agua, pero el agua ya sube por la cubierta y no hay nadie que tome el timón. Sus cuadros de conducción están más preocupados por la administración del naufragio que por asumir las responsabilidades de la debacle que ellos mismos construyeron. Alinearse con Milei, en este contexto, no es estrategia ni convicción: es apenas una bocanada de oxígeno para seguir flotando unos meses más. Pero lo inevitable ya tiene forma: su destino está sellado junto al del peronismo. Y será el de un funeral político sin dolientes.

Mientras tanto, La Libertad Avanza —con su discurso rústico, su irrupción desordenada y su líder devenido en tirano mesiánico— olfatea el poder territorial. El resultado del 11 de mayo —77.000 votos en la provincia— no representa una victoria arrasadora, pero sí una contracción significativa del fenómeno Milei frente al resultado del ballotage de 2023. Aun así, hoy son ellos quienes ocupan el lugar simbólico del “cambio”, aunque carezcan de cuadros, ideas y organización coherente. El desafío que tienen es monumental: demostrar que pueden gobernar, construir una identidad más allá del capricho de su único referente y no chocar su oportunidad contra la pared de sus propias contradicciones. Esta vez, no tienen permiso para fracasar, porque ya son parte de la escena ejecutiva.

La izquierda jujeña —históricamente replegada en las elecciones ejecutivas— puede tener una oportunidad concreta en octubre, cuando se renueve la representación legislativa. Las elecciones a diputados nacionales ofrecen un escenario más abierto, donde la capacidad de instalar agenda puede valer más que la estructura. Si hay una estrategia clara, si logran conectar con el malestar social que ninguna fuerza mayor se anima a asumir, quizás puedan repetir una hazaña como la de Alejandro Vilca en 2021. Pero incluso así, el problema de fondo sigue intacto: Jujuy está quedando afuera.

Porque el mayor drama político de la provincia no es quién gane una banca o mantenga un sello: es la orfandad del pueblo, que no encuentra representación genuina, que no siente que nadie lo mire, lo escuche, lo interprete. Ningún espacio político ha hecho aún una autocrítica real ni ha presentado una propuesta transformadora. Todos orbitan en torno al corto plazo, a la mezquindad de los armados, a las roscas entre caudillos agotados.

Es por eso que urge un nuevo programa, uno que no sea una reedición del viejo peronismo ni una versión local del mileísmo brutal. Un programa que ponga en el centro el empoderamiento económico popular, el trabajo digno, la producción local, la recuperación de lo común. Ese camino —hoy lejano— solo puede nacer desde abajo, desde los movimientos sociales, los sindicatos vivos, las cooperativas, los espacios juveniles que no entran en los moldes partidarios tradicionales. La refundación no vendrá de los mismos nombres que hoy naufragan: vendrá de otro lenguaje, otras prácticas, otra forma de estar en lo político.

Hoy, el PJ es apenas una lápida que algunos se niegan a cerrar. El Frente Jujuy Crece es un dispositivo oxidado que solo sobrevive para administrar migajas. Y La Libertad Avanza, con sus luces de neón y sus sombras autoritarias, es el vértigo que intenta ocuparlo todo. Pero entre esas ruinas, todavía hay lugar para imaginar una alternativa real, si alguien se anima a mirarse al espejo, dejar los relatos y empezar de nuevo.

Porque el pueblo de Jujuy no está dormido: está esperando. Y no va a esperar para siempre.

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