Jujuy en la encrucijada: dispersión, hastío y la batalla por un voto que nadie tiene

Jujuy en la encrucijada: dispersión, hastío y la batalla por un voto que nadie tiene

El tablero político jujeño es un campo de batalla donde todos pelean por lo mismo: sobrevivir. No se trata de ganar, sino de no desaparecer. La política local está fragmentada en mil pedazos, pero el verdadero enemigo de todos es el hastío social, el rechazo feroz del 86% de la ciudadanía hacia la dirigencia tradicional y la ausencia de una fuerza disruptiva que canalice el «que se vayan todos». En este escenario, la elección del 11 de mayo no será una disputa de proyectos, sino una lucha desesperada por alcanzar el piso electoral, ese umbral de 30.000 votos que definirá quién sigue en la cancha y quién queda sepultado en la irrelevancia.

El peronismo: el signo de la implosión

La implosión del peronismo jujeño es una radiografía de su crisis. Se suponía que debía ser la oposición natural al oficialismo radical, pero lo que prima es el balcanismo extremo, con frentes que no solo compiten entre sí, sino que comparten los mismos vicios y la misma falta de respuestas.

El Frente Justicialista, formalmente conducido por la intervención nacional, lleva como figuras visibles a Leila Chaher, Rubén Rivarola y Guillermo Snopek, tratando de sostener la histórica estructura del PJ. Pero en paralelo, otros sectores han decidido jugar su propio partido. Somos Más, el frente que encabezan Carolina y Julio Moisés, se presenta como una alternativa, aunque no es más que otra muestra del fracaso de la unidad que nunca fue.

A este espectro se suma el Frente Primero Jujuy, con Carlos Haquim, ahora aliado con Agustín «El Gringo» Perassi y con guiños hacia figuras como Juan Schiaretti y Guillermo Moreno. También aparece el Frente Confiar en Jujuy, con René Vicente Casas y Facundo Casas, que en 2019 sorprendió al quedar en cuarto lugar. Y como si fuera poco, el Frente Amplio, una escisión más que tiene como principales referencias a los hermanos Palmieri y Mariano «Mataco» Iturbe. Todos con ADN peronista, todos disputando un espacio cada vez más reducido.

Las mismas fracturas que aquejan al peronismo se replican en la izquierda, fiel a su tradición de dispersión. El Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT), liderado por Alejandro Vilca, Gastón Remy y Natalia Morales, enfrenta ahora la competencia del Frente por un Nuevo Jujuy, donde el sindicalista municipal Santiago Seillant y la dirigente del Cedems, Mercedes Sosa, buscan instalar una opción distinta junto a otras agrupaciones sociales y sindicales. En vez de consolidarse como un bloque homogéneo, la izquierda parece condenada a la eterna fragmentación, debilitando cualquier posibilidad de erigirse como una alternativa fuerte en el escenario electoral.

El espejismo libertario: la trampa de la división

Si en 2023 Javier Milei y La Libertad Avanza irrumpieron como una fuerza arrolladora, desmoronando los cimientos de la política tradicional, en Jujuy la historia hoy parece otra. En vez de consolidarse como el eje de renovación, los libertarios se han enredado en internas estériles, repitiendo los mismos errores de sus adversarios.

El Frente Unir Liberal, compuesto por Unir, Mi Jujuy y Libertarios, busca diferenciarse del Frente Transformación Libertaria Jujuy, donde confluyen el Partido Libertario y Pura Militancia bajo la conducción del senador Ezequiel Atauche y el diputado Manuel Quintar. La gran ausente en esta ecuación es la senadora Vilma Bedia, quien, tras haber sorprendido con su victoria en 2023, ha desaparecido del mapa político. El «fenómeno Milei», que parecía imparable hace un año, ahora se enfrenta a su propia incapacidad para estructurarse de manera efectiva.

El radicalismo: la apuesta al blindaje y la inercia

En este mar de dispersión, el oficialismo radical no se ha quedado atrás. Con un cambio de nombre, el ex Cambia Jujuy pasó a llamarse Jujuy Crece, incorporando a 40 partidos y estructuras menores que han servido como sostén del poder desde 2015. La jugada de Gerardo Morales, en ordenar a Carlos Sadir adelantar las elecciones les permite esquivar la caída nacional de la UCR, pero no los exime de la fatiga electoral y el desgaste de una gestión que ha acumulado demasiadas deudas con la sociedad.

Porque si hay algo que trasciende a todos los frentes y partidos es la desconexión con la realidad. Jujuy sigue hundida en un cúmulo de problemas estructurales que nadie parece dispuesto a enfrentar: pobreza, corrupción, falta de transparencia, concentración de poder, destrucción del aparato productivo por tarifazos, persecución tributaria al sector informal, inflación sin control, privilegios de la casta política, empresas estatales que expulsan la iniciativa privada, impunidad judicial, nepotismo descarado y una desigualdad creciente que golpea con mayor crudeza a los sectores más vulnerables.

Sin embargo, los discursos de campaña están lejos de abordar estos problemas con propuestas serias y superadoras. En su lugar, los partidos y frentes parecen más preocupados por su propia supervivencia, por esquivar la debacle y asegurar su cuota de poder. En este contexto, el mayor desafío es que el electorado no está dispuesto a comprar más espejismos.

El voto en blanco: la opción más contundente

La apatía social se ha convertido en el mayor protagonista de esta elección. El voto en blanco encabeza las preferencias y, de mantenerse esta tendencia, podría ser un golpe demoledor para todas las fuerzas políticas. En Jujuy, esta no sería la primera vez que sucede. La falta de una oferta electoral que genere expectativas y la crisis de representatividad han llevado a un punto de quiebre donde la sociedad prefiere expresar su descontento con el silencio antes que legitimar un sistema que considera agotado.

Pero si alguien quiere romper con este círculo vicioso, deberá presentar algo verdaderamente diferente. No se trata solo de cambiar las caras, sino de cambiar las reglas del juego. La política jujeña está atrapada en un loop de decadencia, y solo un nuevo paradigma –uno basado en participación horizontal y nuevas tecnologías– puede cortar con la maldición.

La pregunta es inevitable: ¿habrá algún sector capaz de romper el cerco de la indiferencia y conectar genuinamente con una sociedad que ya no tolera más imposturas? El tiempo apremia, y mientras el juego de la fragmentación –orquestado con precisión por Gerardo Morales bajo la vieja máxima del «divide y reinarás»– sigue su curso, su aparente victoria será apenas un espejismo. Un triunfo pírrico, cimentado sobre un piso electoral exiguo, sin respaldo real, con sabor a pato rengo. Porque aunque logren colocar representantes en una legislatura diseñada para blindarse a sí misma, lo cierto es que la gente habrá dado un portazo definitivo. Y cuando un pueblo decide dar la espalda a su dirigencia, lo que viene no es gobernabilidad, sino la antesala de un colapso.

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