Hay frases que suenan a verdad porque describen un síntoma real. Andreussi lo dice así: “Esto se llama gatopardismo: cambiar para que nada cambie”. Y remata: “lavada de cara”, “nuevo modelo que no se ve”. La bronca engancha porque todos hemos visto esa escena: una provincia que se maquilla, se reacomoda, cambia nombres, pero conserva el mismo ADN de gestión: burocracia, opacidad, favores, silencio.
Ahora bien: el problema aparece cuando la denuncia se vuelve un producto. Cuando el diagnóstico se convierte en un show y no en un plan. Porque si la crítica es “institucional”, entonces la vara no es el grito: es el método. Y ahí Jujuy se parte en dos: los que hablan de cambios, y los que se animan a poner controles, indicadores y reglas de integridad que también los afecten a ellos.
El “gatopardismo” es real… pero también es una coartada
Decir “cambiar para que nada cambie” es una metáfora potente, pero es peligrosa si se usa como comodín. Porque te permite denunciar todo sin construir nada. Es como prender fuego un depósito y después vender matafuegos: la indignación se vuelve negocio.
Si Jujuy necesita un “nuevo modelo”, como dice Andreussi, ese modelo no se declama: se diseña. Y se diseña con piezas concretas:
- datos abiertos de compras, obras y asistencia;
- trazabilidad de cada peso;
- auditoría independiente con dientes;
- concursos de idoneidad;
- plazos máximos de trámites (SLA), con sanciones por incumplimiento;
- y un tablero público de metas.
Eso es institucionalidad. Todo lo demás es marketing con tono épico.
“Boleta única” y “coparticipación”: correctas, pero incompletas
Andreussi reclama “verdadera ley de coparticipación” y “boleta única”. Bien. Son reformas relevantes. Pero ojo con el truco: ninguna reforma electoral cura una moral podrida.
Podés tener boleta única y seguir acomodando parientes. Podés discutir coparticipación y seguir tercerizando la gestión en amigos. Podés gritar “escándalo” por el reparto de bancas y, al mismo tiempo, naturalizar que el poder se use como botín. La enfermedad no está en el instrumento: está en la intención.
Por eso, cuando ella afirma: “Hace cuatro años, con el 37% de los votos, el radicalismo se llevó el 70% de las bancas. Eso es un escándalo”, la pregunta que corresponde no es solo “¿cómo se reparte?”. La pregunta es: ¿qué hicieron después con ese poder? Y la segunda pregunta, igual de incómoda: ¿qué harían ustedes si lo tuvieran mañana?
La pereza moral: la raíz que nadie quiere nombrar
Jujuy no se cae por falta de discursos. Se cae por un vicio más íntimo: la pereza moral. Es esa comodidad de “mirar para otro lado” cuando el acomodo beneficia al propio. Es esa gimnasia de exigir transparencia… solo cuando el sospechado es el adversario. Es ese pacto silencioso de “no te metas”, “así son las cosas”, “después vemos”.
La pereza moral tiene una cara política y otra social. Porque la dirigencia es espejo: cuando le toca administrar, muchas veces no se pregunta “¿qué es correcto?”, sino “¿qué me conviene?”. Y la sociedad, cansada o resignada, termina tolerando lo intolerable. Así se construye el feudo moderno: no con látigo, sino con costumbre.
Si el problema es institucional, empiecen por casa
Acá está el punto que derrumba relatos: quien denuncia “institucionalidad” tiene que presentar su propio kit de integridad. No por simpatía: por coherencia.
Un kit mínimo, exigible a todos (oficialismo y oposición), sería:
- Incompatibilidades y conflicto de interés: declaración y blindaje real.
- Nómina completa de asesores con CV, funciones y resultados.
- Agenda pública de reuniones y gestiones (trazabilidad del lobby).
- Rendición trimestral de actividad legislativa: proyectos, pedidos de informe, auditorías impulsadas, resultados.
- Compromiso anti-nepotismo, firmado y verificable.
Porque si en cualquier espacio político aparecen —como señalan distintos debates públicos y denuncias mediáticas— sospechas de negocios, acomodos o capturas, el discurso “anticasta” se vuelve un chiste caro: casta tercerizada.
Jujuy se cura con adultos, no con slogans
La frase “Jujuy necesita un nuevo modelo” es cierta. Pero el nuevo modelo no es una bandera: es un contrato moral. Un pacto de adultez institucional: menos épica, más ingeniería. Menos insulto, más control. Menos “somos los buenos”, más rendición de cuentas.
Jujuy no necesita dueños de la verdad. Necesita servidores públicos con coraje para hacer lo que duele: ordenar el Estado, cortar privilegios, transparentar el gasto y medir resultados. Y necesita ciudadanos que dejen de premiar la viveza y empiecen a premiar la competencia y la decencia.
Porque si seguimos con pereza moral, va a pasar lo de siempre: cambian los nombres, cambia el color, cambia el relato… y el pueblo sigue pagando la misma factura.
