Kicillof, Trump y la verdad incómoda: sin industria nacional no hay Nación

Kicillof, Trump y la verdad incómoda: sin industria nacional no hay Nación

El tuit que recorre las redes es tan brutal como revelador: “Si Trump se entera lo mata a Milei”. La frase de Axel Kicillof desnuda una paradoja que pocos quieren asumir: el gobernador de la provincia más industrial de la Argentina comparte con el expresidente de los Estados Unidos –sí, con Donald Trump– una visión estratégica: proteger la industria nacional es defender la soberanía.

En Norteamérica, el magnate republicano hizo del proteccionismo una bandera. Trump supo leer lo que la globalización salvaje había generado: fábricas cerradas, empleos evaporados, ciudades fantasmas. Y con un mensaje directo al “blue collar worker”, al trabajador de mameluco, se erigió como el paladín del Made in USA. Aranceles, cuotas, castigos a las importaciones que arrasaban con la producción local. “América primero” fue más que un slogan, fue un escudo frente al desangre industrial.

Kicillof, desde Buenos Aires, expresa lo mismo con acento argentino. Su advertencia es precisa: abrir las compuertas a productos extranjeros sin regulaciones es dinamitar la fábrica nacional. Es condenar a la pyme metalúrgica de Avellaneda, al textil de La Matanza, al frigorífico del interior bonaerense. Es dejar al trabajador argentino en manos de una competencia desleal sostenida por subsidios y dumping internacionales. Milei, en cambio, con su dogmatismo libertario, parece desconocer lo que hasta el propio Trump entendió: sin industria no hay empleo, sin empleo no hay nación.

Argentina arrastra un endeudamiento feroz, resultado de errores propios y de estafas externas. Pero hay una salida: recuperar el músculo productivo interno. Kicillof lo sabe porque lo practica. Incentivos a los parques industriales, créditos al entramado pyme, apoyo a los clusters tecnológicos y al agroindustrial. Esa es la semilla de una economía que se reconstruye desde abajo, no desde los algoritmos financieros de Wall Street ni desde las recetas recalentadas del FMI.

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La pregunta es inevitable: ¿puede Argentina recuperarse? Sí. Pero no con la bicicleta financiera, ni con la promesa ilusoria de un “mercado” que jamás derrama. La recuperación real vendrá de la mano de un modelo productivista, proteccionista e inclusivo. Lo demostró Estados Unidos con su resurgir industrial, lo ensaya Brasil con Lula defendiendo su industria pesada, lo plantea China con su planificación implacable. Y lo encarna Axel Kicillof en la provincia que concentra la mitad del PBI argentino.

El camino está claro: proteccionismo inteligente, estímulo a la producción, empleo digno y una mirada estratégica de largo plazo. Si hasta Trump lo entendió, ¿qué nos impide a nosotros abrazar esa lógica? La Argentina no puede resignarse a ser un páramo de importaciones baratas y sueños caros. El futuro se escribe con fábricas encendidas, no con puertos abiertos a la rapiña global.

Kicillof, con su praxis en Buenos Aires, ofrece la brújula. Es tiempo de que el resto del país se anime a seguirla. Porque la verdadera libertad –esa que no declama Milei, pero que sí construyen las naciones serias– nace del trabajo, la producción y la defensa irrestricta de la industria nacional.

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