Editorial | En la Argentina de las paradojas, la política vuelve a retratarse con brutal sinceridad: no hubo consenso para aprobar la Ley de Ficha Limpia —que impide que condenados por corrupción sean candidatos—, pero sí avanza velozmente un nuevo blanqueo de capitales que legaliza dinero en negro, sin límites.
Esta dualidad no es un error. Es un diseño. Una arquitectura ética deformada donde lo que debería avergonzar se legaliza, y lo que debería ser principio moral —como impedir que delincuentes gobiernen— se archiva. Así funciona la maquinaria del poder argentino: perdona al corrupto y habilita al evasor.
Un país que lava lo que no limpia
Mientras el Senado congelaba el debate sobre ficha limpia, alegando tecnicismos o calculando costos partidarios, el Ministerio de Economía apura un decreto presidencial que habilitará un blanqueo de capitales “sin límite de montos”. El mismo país donde la clase media paga hasta el último impuesto, invita al evasor de siempre a legalizar su fortuna sin consecuencias.
Y como si fuera poco, se estima que el nuevo blanqueo —el cuarto en menos de dos décadas— podría captar unos USD 10.000 millones. No por la eficiencia del Estado, sino porque la Argentina se convirtió en un país donde el que cumple pierde, y el que burla gana.
El derrumbe moral como política de Estado
La contradicción no es solo jurídica. Es moral. Es estructural. Es fundacional. La misma política que no encuentra «acuerdo» para excluir a condenados por cohecho o enriquecimiento ilícito, abre las puertas para que aquellos que jugaron en la ilegalidad puedan lavarse la cara —y las cuentas— sin costo alguno.
Y esto se da con gobiernos de todos los colores. Con legisladores que alardean de republicanismo mientras negocian impunidad o callan por conveniencia. Lo más grave no es que el blanqueo ocurra. Lo más grave es que nos parezca normal.
La lógica invertida del “todo se puede”
Argentina naturalizó que las leyes se apliquen con selectividad y que el mérito esté del lado del pícaro. Lo que en otras democracias es un escándalo, acá es rutina. Ficha limpia se transforma en «ficha postergada», pero el blanqueo sale por decreto. Y no hay plaza llena. No hay cacerola. No hay reacción.
¿Por qué? Porque el ciudadano argentino también ha sido víctima de esta erosión cultural. La política sin estatura ética ya no indigna: deprime. Y en ese pozo emocional, muchos optan por sobrevivir, por mirar para otro lado, por dejarse arrastrar por el vale todo.
Una señal hacia el abismo
Si los evasores blanquean y los corruptos se candidatean, ¿qué señal le damos a la sociedad? ¿Que respetar la ley es de tontos? ¿Que ser honesto es una desventaja?
La respuesta parece obvia. Y esa es la tragedia.
Argentina no necesita solo reformas económicas. Necesita una refundación ética. Y eso no vendrá de los que legislan su propia impunidad, sino de una ciudadanía que algún día despierte y diga: basta.
Hasta entonces, seguiremos siendo ese país que no limpia… pero sí blanquea.