Por el Prof. Jorge Lindon // La Corte Suprema ha sellado una época: Cristina Fernández de Kirchner, ex presidenta de la Nación y figura gravitacional del campo nacional y popular, ha sido condenada en la causa Vialidad. No podrá volver a ser candidata. Más allá de los detalles jurídicos, el fallo no es sólo un desenlace penal: es un parte de defunción simbólico de una era política que marcó a fuego las dos primeras décadas del siglo XXI. El peronismo, que hasta ayer encontraba en CFK su centro de gravedad, hoy queda flotando entre la melancolía y la orfandad.
Del otro lado, Javier Milei observa desde la cima. Con Cristina afuera del juego electoral, el libertario no sólo se consolida como el favorito de cara a octubre, sino que puede proyectarse sin la sombra de la polarización histórica. No necesita convencer, apenas dejar que el espanto haga su trabajo: en esta Argentina desencantada, es más sencillo ganar sin adversarios claros que con un peronismo que aún no decide si resistir, reinventarse o retirarse.
El país de Milei: victoria ideológica, dilema estructural
La batalla cultural la viene ganando Milei. A fuerza de viralidad, shock y performance, logró instalar una épica anti-casta que empalmó con el hartazgo colectivo. No importan aún las estadísticas, sino la sensación de que alguien –al fin– se atrevió a confrontar al sistema político, mediático y sindical con sus propias armas. Sin embargo, la victoria discursiva no resuelve el dilema material.
El único adversario real que enfrenta el Presidente no es la oposición, ni siquiera los sindicatos debilitados, sino la inflación. Y aunque muestra signos de retroceso, aún no ha llegado el oxígeno al bolsillo. El índice baja, sí, pero la heladera sigue vacía. Y el pueblo argentino, exigente por naturaleza, no se conforma con estabilidad: quiere consumir, progresar, proyectar. Por eso Milei también está condenado. No por una causa judicial, sino por el reloj. Si no entrega resultados concretos con la misma velocidad con la que arremete contra la “casta”, el fusilamiento será social, no institucional. Y será en vida, como el que sufrió CFK: primero el amor, después el repudio.
El peronismo, entre la nostalgia y la resurrección
El peronismo, por su parte, atraviesa su invierno más crudo. Los nombres de siempre ya no enamoran. La doctrina se volvió una excusa para sobrevivir y no una excusa para transformar. La épica revolucionaria, ese pulso que supo hacer temblar las estanterías del poder, ha sido sepultada por la administración sin alma y la rosca sin ideas. Se estrellaron contra el muro de la historia por aferrarse a una nave que pedía recambio urgente.
Ahora, sin Cristina, queda el silencio y la posibilidad: replegarse en cuarteles de invierno y esperar que una nueva generación –no la tibieza reciclada ni el progresismo culposo– se atreva a desandar el camino. Porque lo que viene no es una primavera melancólica, sino una irrupción: pragmática, rupturista, popular, inteligente. Ni La Libertad Avanza, ni el peronismo añejo: otra cosa. Algo que aún no tiene nombre, pero que ya respira.
La democracia de la velocidad
Vivimos una era en la que la política tiene que ir al ritmo del algoritmo. Las promesas ya no resisten seis meses de inflación, ni un año de ajuste sin resultados. Las sociedades quieren soluciones, no explicaciones. Quieren plenitud, no austeridad. Por eso, los libertarios no pueden dormirse en la euforia: si no mutan del “shock” al “delivery”, si no aterrizan su ideología en políticas públicas, también serán derrotados por el mismo pueblo que hoy los glorifica.
En conclusión
La Argentina ingresa en un nuevo ciclo. CFK fue derrotada judicial y simbólicamente. Milei cabalga sobre la ola de la bronca, pero el mar no le pertenece. La verdadera disputa que viene es otra: entre una política que entienda que la diversidad no es debilidad, que la convivencia no es concesión, y otra que solo sabe sobrevivir dividiendo, polarizando, sentenciando.
La democracia del futuro exigirá no solo honestidad y eficacia, sino velocidad, empatía e inteligencia colectiva. Quien no entienda esto, caerá. No hay tiempo para próceres lentos, ni para ídolos fosilizados.