Mientras el gobierno celebra su supuesta «motosierra virtuosa» y proclama equilibrio fiscal con pirotecnia tuitera, Carlos Maslatón lanza una advertencia que no debería pasar desapercibida: el plan económico de Javier Milei no es liberal, es una estafa financiera estructural, un castillo de naipes sostenido por deuda creciente, tipo de cambio artificial y una bicicleta financiera garantizada por el Estado.
Desde la perspectiva de quien alguna vez impulsó las ideas liberales en el país —y que incluso le dio espacio a Milei en sus orígenes mediáticos—, Maslatón desarma con precisión quirúrgica la trampa retórica del “ajuste” y la falsa austeridad: mientras se recorta en salarios, jubilaciones y obra pública, el gobierno destina cifras colosales al pago de intereses a quienes alimentan el endeudamiento de corto plazo. El resultado es devastador: deuda pública creciendo 300 millones de dólares por día, más de un 35% de incremento desde que asumió Milei, y una inflación en dólares que convierte a Argentina en el país más caro del mundo.
Maslatón es tajante: lo que vivimos no es liberalismo, sino una reedición mal disfrazada del plan Martínez de Hoz, con todos sus ingredientes destructivos: tipo de cambio irreal, tasas de interés altísimas y un sistema económico diseñado para beneficiar a una elite de especuladores, mientras la economía real se derrumba. El espejismo de estabilidad monetaria encubre una recesión brutal, un tejido productivo quebrado, el consumo en coma y un modelo que —si no revienta por el mercado— estallará por sus propias contradicciones internas.
Además, desmonta la narrativa heroica de la motosierra: el ajuste real lo están haciendo los gobernadores, no la Nación. El gobierno nacional apenas transfiere el costo del “equilibrio” fiscal a las provincias, mientras endeuda al país y mantiene el ancla del tipo de cambio con esteroides financieros.
¿El telón de fondo? Una administración convencida de su ficción. Para Maslatón, Milei no miente: cree su propia fantasía. El problema es que esa creencia está llevando a Argentina a un nuevo colapso. Y quienes sí entienden el desastre —Caputo y Bausili— son operadores de mercado que ejecutan un guión de poder concentrado, no un plan de desarrollo para las mayorías.
El drama es tan técnico como emocional. Maslatón no solo habla desde la economía, sino desde la historia: reconoce en este plan la antesala del desastre, como ya ocurrió con la dictadura, el final de Alfonsín o el experimento de Macri. Y aclara, como liberal auténtico, que no está dispuesto a permitir que se asocie este modelo con su ideología. Porque esto no es libertad, es sometimiento financiero.
Entre la racionalidad bursátil y la memoria política, Maslatón traza un mapa de advertencias. Lo que aparenta orden es caos comprimido. Lo que venden como “reconstrucción” es una bomba de tiempo. Y cuando explote, el presidente descubrirá que el relato ya no alcanza.