La derecha chilena llegó para quedarse

 La derecha chilena llegó para quedarse

El contundente triunfo de Sebastián Piñera en las presidenciales chilenas despierta los apetitos de una derecha que aspira a gobernar por varios años. El principal trabajo de Piñera será contener las ansias de su sector.

Más allá de la revisión de los datos objetivos, que son claros y contundentes a favor del candidato de la derecha y ahora presidente electo Sebastián Piñera (54,57 por ciento de los votos), los chilenos deberían estar preocupados de algo mucho más importante: el bajísimo nivel de la campaña, por momentos barriobajera, y la pobre altura de los aspirantes a dirigir el país, ambos carentes de fondo, meros repetidores de eslóganes y muchas veces autores de frases desafortunadas, mentiras comprobables -y comprobadas- y alusiones nunca antes vistas en una elección presidencial.

No vamos a profundizar en anécdotas como la de Patch Adams, famoso médico estadounidense que debió desmentir un supuesto apoyo divulgado por Piñera, ni a ahondar en deslices infantiles como el de Alejandro Guillier diciendo que quería meter la mano en el bolsillo de los empresarios, una expresión más vinculada al robo que a una repartición más equitativa de los ingresos. Lo que hay que rescatar de esta votación presidencial no es solo el retorno, con una votación histórica, de la derecha al poder, sino el desmembramiento de la centroizquierda y lo que podemos ya llamar el gran fracaso de Michelle Bachelet.

Hacedora de reformas, mujer que de seguro figurará en los libros de historia por las transformaciones innegables que introdujo en Chile en sus dos mandatos, la actual presidenta también será recordada por ser la única mandataria de su sector que nunca entregó la banda presidencial a un correligionario: tras sus dos períodos, la derecha se hizo con el poder, y las dos veces fue Sebastián Piñera el sucesor. Un presidente que es incapaz de empujar a sus filas para asegurar la continuación de sus políticas reformistas difícilmente puede retirarse contento a casa.

Busto del dictador Augusto Pinochet en las celebraciones del triunfo de Piñera. El apoyo del pinochetismo fue importante para asegurar el triunfo del candidato derechista Sebastián Piñera.

Podemos avenir en que Guillier era un mal candidato: conocido por su amor por las siestas, en las últimas semanas de campaña el país pudo ver un enorme despliegue de Piñera y, en cambio, unas apariciones esporádicas y cansinas del hombre que debía liderar a una centroizquierda dividida que mostraba la intención, al menos en lo formal, de unirse no por Guillier, sino en contra de Piñera. Ni siquiera el enorme rechazo que genera el empresario en amplios sectores de la población bastó para derrotarlo.

Es difícil entender cómo un hombre que se retiró del poder con bajos niveles de aprobación, cuyos colaboradores son investigados masivamente por la Justicia por acusaciones de corrupción, cuya estrategia empresarial siempre ha sido moverse en los límites de la legalidad con el fin de hacer dinero y cuya frase más famosa es «la educación es un bien de consumo” pudo convencer a tantas personas de que era el indicado para gobernar Chile. Esa ya será tarea para analistas que, con tiempo, deberán cruzar datos y buscar respuestas en las profundidades de la idiosincrasia del chileno.

«Arriba los corazones”

«Arriba los corazones, vienen tiempos mejores”, fue la muletilla de Piñera en la campaña. Para cualquier pregunta, ésa era la respuesta. Habrá que ver cómo cumple su promesa. Por ahora, podemos decir que Chile se suma al giro hacia la derecha que ha tenido Sudamérica en los últimos años, casi siempre con gobiernos encabezados por empresarios y cuyos andares no han sido siempre muy afortunados. A saber: Paraguay y su reciente crisis institucional con Horacio Cartes; Perú y Pedro Pablo Kuczynski al borde de la expulsión; Argentina y un Mauricio Macri que enfrenta duras protestas por pretender bajar las pensiones; y Michel Temer, que nadie sabe bien cómo sigue en el poder en Brasil. Tiempos mejores.

Otra conclusión que deja esta elección es que definitivamente las encuestas son incapaces de predecir algo. Con la credibilidad por los suelos, fueron pocas las empresas que se atrevieron a hacer vaticinios, y todas hablaban de una llegada estrecha, milimétrica. Patrañas, el triunfo de Piñera fue claro, contundente y rápidamente reconocido por el oficialismo. Y ni hablar de los expertos políticos, que insistían como mantra que mientras más personas votaran, más chances tenía Guillier de ganar. Votaron 500 mil personas más que en primera vuelta, y mientras más votos se contaban, más se hundía la centroizquierda.

¿Habrá tenido que ver en todo esto la actitud adolescente del Frente Amplio, la niña linda de la primera vuelta que no quiso entregar su respaldo a Guillier hasta cuando ya era demasiado tarde? Responsabilizarlos a ellos de la debacle oficialista sería mezquino e injusto, pero si querían sentar las bases para convertirse en alternativa de gobierno, está claro que dieron un enorme paso en falso. Piñera, por su parte, tiene sus propios desafíos. Pese a su votación, y a diferencia de su primer mandato, no es el líder indiscutido de su sector. Buena parte de su triunfo se debe al apoyo del diputado pinochetista José Antonio Kast y del senador Manuel José Ossandón, dos de sus principales enemigos y quienes, seguramente, desplegarán a partir de ahora su agenda para convertirse en los cabecillas de una derecha que aspira a gobernar por más de un período.

Autor: Diego Zúñiga

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