I. El precio de flotar con plomo
El plan económico del gobierno de Javier Milei, con Luis “Toto” Caputo como artífice, se presenta ante el país como un modelo de disciplina fiscal extrema y sinceramiento monetario. Pero detrás de la puesta en escena —llena de títeres, frases efectistas y streaming institucionalizado— se esconde una maquinaria que, más que flotar, se mantiene a flote con plomo. La estrategia, en su médula, es el endeudamiento crónico para contener el dólar, una bicicleta financiera recauchutada, más cara y más frágil que nunca. ¿Hasta cuándo puede sostenerse?
Los datos son escalofriantes: el Banco Central pierde reservas a razón de cientos de millones de dólares por semana para evitar una disparada mayor del tipo de cambio. El reciente desembolso de 2.000 millones del FMI —con la excusa de la “transición ordenada hacia un régimen cambiario más flexible”— no es otra cosa que un nuevo salvavidas de plomo para una economía que ya no rema: flota a la deriva mientras pierde sangre por todas partes.
II. Caputo, campeón de la deuda
“No te la pierdas, campeón”, decía Caputo hace un mes, incitando a comprar dólares. Hoy ese dólar trepa por encima de los $1.380, y la respuesta oficial no es una rectificación, sino una huida hacia adelante con más deuda a tasas usurarias: letras al 65%, bola de nieve que ya representa el 3,6% del PBI solo en instrumentos financieros cortoplacistas.
A esta altura, la pregunta ya no es si el modelo es inviable (lo es), sino cuánto tiempo se puede estirar su agonía. Y la respuesta depende de quién esté dispuesto a seguir poniendo la plata: los bancos, los fondos de inversión, y, en última instancia, el FMI, que funciona como un patrocinador institucional del ajuste y del deterioro democrático. El Estado ya no es garante del bienestar, sino vehículo de negocios para el sistema financiero y los amigos del poder.
III. Inflación de los cementerios, dólar de la fuga
Se intenta vender el espejismo de una inflación bajando, pero lo que cae es el consumo, incluso el alimentario, históricamente considerado inelástico. La inflación medida hoy es la de los cementerios, consecuencia directa de una economía paralizada, con salarios pulverizados y pobreza estructural al alza.
¿Y el dólar? No flota, como dicen en cadena. Es manipulado quirúrgicamente todos los días con intervención, deuda y subsidios implícitos al mercado cambiario. Los dólares que se pierden para sostener ese tipo de cambio los gana alguien más. Y no es el pueblo argentino. Es la misma patria financiera de siempre.
IV. FMI: socio electoral de la derecha
Resulta obsceno que por segunda vez en pocos años el Fondo Monetario Internacional financie campañas electorales de partidos de derecha. Pasó en 2018 con Macri. Pasa ahora con Milei. Un FMI que entrega fondos sin que se cumplan metas, que avala reformas sin consenso, que interviene de facto en la soberanía argentina para sostener un experimento privatizador y extractivista.
El préstamo no es al país, sino a un gobierno que ya malversó la legitimidad popular para implementar un programa de ajuste y represión, sin redistribución, sin inversión y sin futuro. ¿Por qué debería pagar esa deuda la sociedad entera? ¿Por qué no se establece un mecanismo para que los partidos devuelvan lo que pidieron para financiar sus aventuras electorales?
V. La simulación institucional como estrategia
La puesta en escena que encabeza Milei es grotesca. Mientras el dólar vuela, el consumo se desploma, el desempleo crece y el Fondo impone reformas laborales, jubilatorias y fiscales, el Presidente aparece en canales de streaming jugando con títeres, interrumpido por Caputo y Bausili como si fuera un decorado más. Una figura presidencial degradada, usada y descartable.
La supuesta guerra cultural libertaria esconde un único objetivo real: garantizar los negocios financieros y la fuga de capitales. Todo lo demás —la dolarización, la motosierra, la anti-política, el desprecio por los derechos humanos— es el packaging para vender una entrega a precio de saldo.
VI. Las elecciones como ancla, el pueblo como rehén
Cada dólar que se pierde para frenar la corrida, cada punto del PBI en letras del Tesoro, cada intervención cambiaria, no tiene como meta estabilizar la economía, sino sostener la narrativa de control hasta las elecciones de medio término. Y si se logra, entonces sí vendrá el verdadero ajuste, la verdadera represión, la verdadera “reforma estructural”.
Mientras tanto, el pueblo argentino funciona como rehén de un plan económico que no es tal, sino una administración desesperada de la escasez con fines electorales. Nada crece. Nada produce. Solo se recalientan los negocios de los que viven de la deuda.
VII. ¿Hasta cuándo?
El plan sobrevive mientras haya alguien dispuesto a creer en él. Mientras haya dólares que entrar, letras que colocar, medios que aplaudir y bancos que aguanten. Pero todo indica que la mecha es corta. Si el 15 de agosto no logran refinanciar los 22 billones de pesos en circulación, la bomba puede estallar. Y será una explosión social, política y simbólica.
Cuando eso pase —y pasará—, no digan que no sabían. Porque no hay cortina de humo, títere ni frase efectista que tape la verdad: este modelo se basa en el saqueo, y el saqueo no tiene salida.