La tragedia argentina ya no necesita relato: se filma sola. Frente a la pantalla rota del país, millones de voces antes silenciadas hoy encuentran eco en las redes sociales, que se han convertido en el nuevo ágora del dolor colectivo. No es un movimiento político, es un grito viral. No son militantes: son jubilados, madres con cáncer, empleados despedidos por teléfono, emprendedores que lloran por no vender, jóvenes con títulos que cobran menos de 500 mil pesos y se endeudan para sobrevivir. Esta no es la calle cortada que tanto irrita: es la intimidad desgarradora puesta al servicio de una verdad que no se puede tapar con trolls ni analistas pagados.
El modelo Milei-Caputo ha logrado lo imposible: anestesiar el dólar, pero al costo de provocar una recesión brutal, desmantelar las obras sociales, destruir las industrias y dinamitar el consumo interno. A falta de explosión de mercado, Argentina implosiona. Y como toda implosión, prepara una gran explosión social. Porque el hambre también se hereda, pero estalla. Porque una mujer con cáncer no espera los tiempos del ajuste, ni un viejo que ya no puede comprar una milanesa piensa en “el largo plazo”.
Cada vez más trabajadores precarizados se suman a este reality de la decadencia nacional: miles de empleos desaparecen por goteo, las obras públicas están paralizadas, las PyMEs caen como fichas de dominó y los salarios se esfuman en una inflación que las estadísticas maquillan. El país parece un inmenso cementerio de esperanzas, mientras el gobierno celebra con el campo y los bancos, y niega la tragedia.
El testimonio de una joven con cáncer a la que le cortaron la obra social es el retrato más nítido de esta catástrofe. Salió de su sesión de quimioterapia y fue a una marcha: “Quiero vivir”, dijo. ¿Cómo se combate eso? ¿Con qué relato? ¿Con qué excusa técnica? ¿A eso también lo van a tildar de golpismo?
La economía no solo no arranca, sino que se desangra. Argentina ya no se cae: Argentina está rota. No por la lógica del mercado, sino por la ceguera de un experimento que combina neoliberalismo salvaje, autoritarismo institucional y cinismo celebratorio. Es un gobierno que no inaugura escuelas, no abre hospitales, no visita fábricas, no se sienta con gobernadores ni escucha a los ciudadanos. Su único vínculo con la realidad es el Excel de un fondo buitre.
Pero la verdad está en TikTok, en Instagram, en los videos que muestran sueldos miserables, pymes fundidas y familias enteras al borde del abismo. No son militantes: son víctimas. La suma de esos dolores aislados forma un relato imparable. Porque cuando el ajuste se vuelve personal, se convierte en político. Y ahí, el régimen tambalea.
No es una prédica ideológica: es un parte médico, un recibo de sueldo, una persiana baja, un plato vacío. Cuando hasta los que votaron a Milei dicen “me mintió”, el contrato social está roto. Cuando la sociedad ya no cree que el problema es individual sino estructural, el cambio deja de ser discursivo y empieza a ser urgente.
Este modelo no cierra. No económica, no social, no éticamente. Y cuando un país no cierra, se abre. No hacia el abismo, sino hacia una rebelión democrática que ya empezó, aunque no tenga banderas. Porque no es partidaria: es humana. Y como todo lo humano, es imparable.