La historia se repite, pero cada vez con mayor descaro. La propuesta de reforma del artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte —inicialmente concebido como un mecanismo de defensa colectiva— se ha transformado en el más reciente caballo de Troya de la geopolítica estadounidense. Si se aprueba la imposición de una base fija del 5% del PIB en gasto militar para cada país miembro de la OTAN, estaremos ante un giro histórico de consecuencias devastadoras para Europa y para el equilibrio global.
De la defensa colectiva al vasallaje fiscal
El artículo 5 de la OTAN establece que un ataque contra uno de sus miembros será considerado un ataque contra todos. Fue pensado como escudo disuasorio durante la Guerra Fría. Hoy, bajo la égida de Donald Trump y con la complicidad silenciosa de líderes europeos debilitados, se está instrumentalizando como palanca extorsiva para imponer condiciones comerciales y estratégicas favorables a Estados Unidos.
El flamante secretario general de la OTAN, Mark Rutte, lo dejó claro en su mensaje privado a Trump: “Europa va a pagar a lo grande”. Esta frase —de tono servil y colonial— no sólo sintetiza el nuevo desequilibrio de poder dentro del bloque atlántico, sino que revela la conversión de la OTAN en una plataforma comercial obligatoria para el complejo militar-industrial estadounidense. Los países miembros no solo deberán gastar un 5% del PIB —cifra exorbitante incluso para economías robustas como Alemania o Francia— sino que ese dinero irá destinado a comprar armamento fabricado en Estados Unidos, en nombre de una seguridad cada vez más dudosa.
Una carga insostenible para un continente en crisis
Europa no solo no está en condiciones de asumir ese gasto: está en medio de un proceso de empobrecimiento sistemático. La “progresividad en frío” del IRPF y la inflación estructural han hecho que el ciudadano medio europeo sea hoy más pobre que hace 17 años, a pesar de que paga más impuestos y aporta más que nunca a las arcas estatales. En este contexto, forzar un gasto equivalente a cinco puntos del PIB en armamento —es decir, más del doble del presupuesto de salud o educación en muchos países— no es solo irresponsable: es directamente suicida.
Los gobiernos europeos enfrentan así un dilema artificialmente inducido: recortar el gasto social o endeudarse aún más para comprar armas que no han solicitado, en conflictos que no han elegido y bajo una doctrina estratégica que ya no los representa.
Seguridad para quién, contra quién
El ataque reciente de Estados Unidos a instalaciones nucleares iraníes —una acción unilateral sin consenso europeo— fue defendido por Trump como “una de las operaciones más exitosas de la historia”, a pesar de que el propio Pentágono reconoció que no logró frenar el programa nuclear iraní. En este marco, ¿puede Europa seguir confiando en un liderazgo que miente, improvisa y usa la OTAN como brazo armado de su agenda electoral?
La reforma del artículo 5 pretende blindar un modelo de dependencia absoluta, en el cual el precio de la protección es la soberanía económica. Se trata de una OTAN que ya no protege, sino que exige sumisión presupuestaria, y que ya no responde a amenazas externas reales, sino a lógicas internas de poder geoeconómico.
La bancarrota del proyecto europeo
La imposición del 5% del PIB en defensa no es una decisión estratégica: es la renuncia definitiva a los pilares del Estado de bienestar, a cambio de blindar una arquitectura militar que solo sirve a Washington. En vez de fortalecer su autonomía estratégica, Europa se encamina a ser una colonia armada, endeudada y dividida, incapaz de articular una voz propia frente a los desafíos del mundo multipolar.
La pregunta central es si los pueblos europeos tolerarán este chantaje disfrazado de alianza. Porque si la pertenencia a la OTAN obliga a destruir el tejido social que costó generaciones construir, entonces ya no estamos hablando de defensa colectiva, sino de vasallaje económico impuesto con uniforme militar y bandera ajena.
La reforma del artículo 5 representa el punto de no retorno para Europa: o se reafirma como un actor autónomo en el escenario global, o se resigna a ser una pieza funcional del engranaje estratégico estadounidense. No hay medias tintas. No hay margen para el autoengaño. Lo que está en juego ya no es solo el modelo de seguridad continental, sino la posibilidad misma de que Europa siga siendo Europa.