“La patria no se doma: ajuste, represión y el ocaso de una promesa libertaria”

“La patria no se doma: ajuste, represión y el ocaso de una promesa libertaria”

Ajuste sin redención: la motosierra no reactiva

La promesa libertaria de Javier Milei se ha disuelto en el aire viciado de los tarifazos, las jubilaciones licuadas y la recesión profunda. A casi un año y medio de gobierno, no hay señales económicas de recuperación, sino una peligrosa profundización del deterioro social. El bono previsional, congelado en $70.000, se ha transformado en un símbolo brutal: los jubilados, lejos de ser beneficiarios del «corte a la casta», son quienes más pagan el ajuste. En Argentina, si un ingreso no se actualiza en un contexto de inflación desbordada, se recorta; si se repite ese gesto, se perpetúa la injusticia.

Los datos son indiscutibles: el consumo cae, la producción industrial se frena y las fábricas funcionan con capacidad ociosa. Mientras tanto, el relato oficial habla de “orden”, pero lo que se ordena es la miseria. La motosierra no fue selectiva. Cayó sobre la ciencia, la salud, la educación y los salarios. El experimento libertario ha dejado de ser un proyecto transformador para convertirse en una maquinaria de desposesión.


Doma, no libertad: la verdad detrás del discurso libertario

“Se juntaron el ajuste, la represión y el arte de la doma”, tuiteó Javier Lanari, número dos de la vocería presidencial. El presidente Milei, lejos de condenarlo, lo retuiteó con orgullo. La frase, que podría haber sido una denuncia de tiempos oscuros, se convirtió en autocelebración del gobierno. Ajustar, reprimir y domar. Así se define este proyecto.

El concepto de doma tiene resonancias inquietantes. No se doma a ciudadanos libres; se doma a esclavos, a bestias, a quienes no tienen voz. Detrás de esa retórica se esconde una voluntad de disciplinamiento social, donde disentir es sinónimo de anormalidad, y resistir es una patología que debe ser corregida con palo, censura o persecución. La doma no es una metáfora inocente: es un programa político que naturaliza la violencia institucional como método de gobernabilidad.


Libertarismo de mercado, autoritarismo de Estado

Lejos de reducir el poder del Estado, el gobierno libertario lo ha concentrado en áreas clave para el control social. A la par del ajuste fiscal y el desguace de funciones públicas, se fortalece el aparato represivo: aumento del presupuesto en seguridad, criminalización de la protesta, espionaje a periodistas y amenazas judiciales a la prensa crítica. ¿Liberalismo? No. Lo que aquí opera es una versión mutada del neoliberalismo: mercado libre para las corporaciones, represión para los sectores populares.

Se construye así un nuevo régimen de excepción permanente, donde la violencia estatal se justifica por el caos heredado y donde la censura se viste de ironía libertaria. En este modelo, los derechos no son conquistas históricas sino “costos fiscales” a eliminar. El pluralismo es una molestia, y la pobreza, una falla personal. El Estado no se ha achicado: se ha rediseñado para servir a los poderosos y castigar a los demás.


Sin horizonte productivo: la salida por abajo se evapora

En los hechos, la economía real está colapsando. El testimonio de empresarios nacionales como Rodolfo Bigener (FB) y Alejandro Bestani (Inca) revela una verdad que los discursos oficiales ocultan: la producción nacional se paraliza y se vuelve más barato importar que fabricar. Es el retorno de la primarización, el vaciamiento industrial y la pérdida de soberanía alimentaria. El país que solía alimentar al mundo, hoy importa alimentos. El país de la metalmecánica ahora apaga sus máquinas.

Este modelo no genera futuro: licúa el presente para pagar deudas viejas, y apuesta a inversiones que no llegan. Ni la minería ni el litio podrán salvarnos si no se discute seriamente la ley de minería y la redistribución real de las ganancias. Mientras el gobierno festeja un nuevo hallazgo de cobre, las provincias siguen recibiendo regalías mínimas y los recursos naturales se fugan como promesas incumplidas.


Persecución y relato: silenciar para imponer

En paralelo, se profundiza una campaña de odio y desacreditación contra el periodismo. Desde los retuits presidenciales hasta los ataques sistemáticos a medios y periodistas, el gobierno busca construir un enemigo interno: el comunicador crítico. Al mejor estilo trumpista, Milei no discute ideas, sino que descalifica, difama y amenaza. Se multiplican los pedidos de «meter presos a periodistas», las listas negras, las intimidaciones judiciales.

La analogía con el nazismo no es exagerada: el uso del lenguaje biopolítico, la idea del “virus” a eliminar (QK12), y la cosificación del disidente como “zombi” peligrosamente invoca las lógicas del exterminio simbólico. Lo que aquí se cocina es una operación discursiva para normalizar el odio como método de control social. Y el arte de la doma es la receta.


El experimento Milei: límites estructurales y promesas rotas

El experimento libertario está mostrando sus límites estructurales. No hay inversión, no hay consumo, no hay crecimiento. Hay recesión, hambre, miedo y furia contenida. Los sectores medios retroceden hacia la pobreza, los trabajadores ven evaporarse sus ingresos y los jóvenes ya no sueñan con quedarse. El discurso anti-casta devino en gobierno al servicio de los mercados financieros, y el resultado es una democracia cada vez más vacía.

El presidente confía en llegar a octubre con algo de oxígeno prestado por los organismos internacionales, pero las estadísticas son contundentes: la pobreza estructural crece, las ventas caen y el malestar se multiplica. La pregunta que late en todos los rincones del país es una sola: ¿hasta cuándo?


No se doma al pueblo: se lo escucha, se lo representa

Hay una línea que atraviesa la historia argentina: el pueblo no se doma. Lo aprendieron dictaduras, lo olvidaron gobiernos democráticos que se alejaron de la gente, y lo volverán a descubrir quienes pretendan imponer el silencio por decreto. La represión no puede reemplazar al consenso. La censura no puede ocupar el lugar del diálogo. Y el ajuste salvaje, lejos de modernizar, destruye los cimientos mismos de la convivencia democrática.

Este modelo libertario, que se presenta como revolución, no es más que una restauración del poder concentrado con ropaje de redes sociales. Sin redistribución, sin derechos, sin empatía, no hay país que funcione. La verdadera libertad no nace del mercado: se construye con justicia social, con pluralismo y con participación popular.

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