Por Perico Noticias // Analista político y económico
El relato oficial repite sin pausa que “la pobreza está bajando”. Lo dice el presidente, lo amplifican sus voceros, lo celebra la directora del FMI. Sin embargo, basta con salir a la calle, caminar por un barrio obrero o mirar los tickets del supermercado para comprender una verdad incómoda y urgente: es imposible que la pobreza esté bajando en Argentina.
Y no es una opinión. Es una certeza basada en la propia lógica económica, en los datos públicos y en la experiencia diaria de millones de argentinos que han sido arrojados a la intemperie mientras se orquesta una bicicleta financiera a gran escala.
Consumo en caída, desempleo en alza: los números no mienten
Argentina acumula 15 meses consecutivos de caída del consumo. Se desplomaron las ventas, se paralizó la obra privada, se frenaron las economías regionales y se perdieron miles de puestos de trabajo. El empleo privado formal cayó en todo el país, mientras los ingresos se pulverizan y el salario real sigue en caída libre.
¿Y aun así la pobreza bajó?
¿Cómo se explica que con más desempleo, menos consumo y salarios por debajo de la inflación haya menos pobres? La respuesta es simple: no se explica. Se inventa. Se dibuja. Se manipula.
Una canasta de hace 20 años y una inflación que nunca retrocede
La medición oficial de la pobreza sigue basada en una canasta de consumo del año 2004. En 20 años, los hábitos alimentarios, tecnológicos, culturales y de servicios de los argentinos cambiaron por completo. Sin embargo, el INDEC sigue evaluando la pobreza como si viviéramos en otro país, en otra época.
Y mientras tanto, los precios no paran de subir, incluso cuando el dólar baja.
Porque en Argentina, cuando el dólar sube, suben los precios. Y cuando el dólar baja, los precios no bajan.
En el medio, el salario no alcanza.
Y la clase media cae, se endeuda o se hunde.
La bicicleta financiera no genera trabajo: lo destruye
El “modelo Milei” se apoya en un retorno brutal del carry trade, una bicicleta financiera clásica que atrae capitales especulativos de corto plazo, genera rentabilidad artificial y no crea un solo puesto de trabajo genuino.
Mientras tanto, el gobierno liberaliza importaciones, permite el ingreso de maquinaria chatarra y productos que destruyen la industria nacional, afectando a más de 140.000 trabajadores del sector metalúrgico.
¿El resultado? Una economía que se encoge, mientras se enriquece el capital especulativo.
Los dólares no vienen a producir: vienen a ganar rápido y fugarse. Y la pobreza estructural crece como un incendio silencioso.
“No hay plata”, pero hay para los amigos del poder
Mientras los jubilados cobran migajas y las familias ajustan hasta el hueso, el gobierno amplía vocerías, designa cargos políticos por decenas y gasta millones en propaganda.
La estructura que sostiene al vocero presidencial Manuel Adorni, por ejemplo, cuenta con 249 empleados y decenas de asesores, en un país donde se recorta en salud, educación y cultura.
¿No hay plata para el pueblo, pero sí para sostener una red de operadores mediáticos?
¿No hay recursos para mantener fábricas, pero sí para garantizar ganancias a los que vienen a hacer bicicleta financiera?
Eso no es un plan económico. Eso es una estafa programada con aval internacional.
El FMI lo sabe, y no le importa
Cristalina Georgieva —directora del FMI— declaró con cinismo que “la pobreza bajó y la gente apoya al gobierno porque ve disciplina”.
Pero los documentos del propio FMI admiten que este plan genera más pobreza, y por eso incrementan las partidas de asistencia social: para que no haya estallido.
No quieren evitar la pobreza. Quieren anestesiarla.
La prioridad no es el bienestar argentino, sino la continuidad de los pagos, los intereses y las metas fiscales.
Lo demás, es papel picado. Y el gobierno nacional lo repite sin filtro: primero los mercados, después la gente.
Conclusión: sin empleo, sin salarios dignos y sin consumo, la pobreza no baja
Repetilo como mantra si hace falta. Porque te lo van a negar mil veces.
Pero la verdad es irrefutable:
Sin producción nacional, sin industria, sin redistribución, sin inversión en desarrollo, sin control de precios ni salarios… es imposible que la pobreza baje.
Lo que está bajando no es la pobreza: es la dignidad, la protección social, la empatía, la capacidad del Estado de cuidar a su gente.
Y lo que está subiendo es la desigualdad, el hambre disfrazado de libertad, y la furia contenida de una sociedad que aún no explotó porque todavía cree que alguien la va a defender.
Pero cuidado: la historia demuestra que las mentiras duran poco.
Y esta mentira, la de que “la pobreza está bajando”, va camino a ser una de las más grandes de este siglo.