La contienda electoral en Jujuy, reducida a una danza de nombres y especulaciones internas, se presenta como un espectáculo vacío en pleno siglo XXI. Los partidos se reparten fichas en un tablero desgastado, mientras el 50% de la población ya les dio la espalda, cansada de esperar respuestas de una dirigencia que ni siquiera logra comprender cuáles son las verdaderas demandas del presente.
Lo advertimos sin eufemismos: las nóminas que se juegan a las escondidas son irrelevantes, tanto como lo será el resultado de la elección. Ganadores y perdedores se confunden en la misma derrota: la de un sistema político que dejó de ser representativo y se volvió un eco autorreferencial. La clase política cree disputar poder, pero en realidad disputa migajas de legitimidad en un país donde la indiferencia popular es el nuevo árbitro.
El problema no es quién ocupe el sillón, sino que los ciudadanos poseen hoy más información que sus representantes. La brecha ya no es económica ni cultural, es cognitiva: una dirigencia que se mueve con reflejos de otra época intenta administrar un presente que desconoce. Y en esa miopía, en esa tozudez de admitir su incapacidad sin ceder el lugar, la política empuja a la sociedad hacia el precipicio, mientras el pueblo ya prepara el empujón final de indiferencia, venganza y hartazgo.
Las victorias, bajo este clima, serán pírricas. El único ganador será la apatía, que se extiende como un virus socialmente lógico frente a un sistema que no ofrece ni confianza ni soluciones. La dirigencia se aferra a la liturgia de cargos y pactos, pero ignora que el verdadero poder ya mutó de lugar: la ciudadanía comienza a organizarse por fuera de las instituciones clásicas.
La tecnología, universal y transversal, ofrece reglas nuevas: blockchain, inteligencia artificial, plataformas participativas y comunidades descentralizadas están horadando el monopolio de la política tradicional. Allí, donde las instituciones fallan, la organización social emergente será la única capaz de articular proyectos colectivos, con transparencia y eficacia real.
Bienvenidos a la era de la liberación. El futuro no está en los partidos, ni en las bancas, ni en los gobernadores que juegan a los equilibristas del poder, sino en la sociedad que se organiza por fuera del esquema político, sepultando bajo tierra a quienes eligieron ser egoístas y ambiciosos antes que humildes y capaces. Y cuando ese cambio se imponga, quedará claro que la dirigencia jujeña y nacional no perdió solo elecciones: perdió su tiempo histórico.