La Quiaca, Jujuy. — Desde el inicio de su gestión, el intendente Dante Velázquez fijó una brújula ética para la política municipal hacia las personas con discapacidad: “esas niñeces y adolescencias ya ganaron por el valor de enfrentar desafíos, mucho más cuando fueron abandonadas por el Estado nacional hoy ausente”. Ese punto de partida —claro y sin eufemismos— puso a la dignidad en el centro.
La política local se estructura sobre un principio sencillo y poderoso: primero la persona, después el expediente. No es retórica; es un cambio de lente. Se prioriza la escucha activa de familias y escuelas, la coordinación con clubes y organizaciones comunitarias, y el acompañamiento cotidiano para que cada decisión pública tenga impacto real en la vida diaria.

En ese marco, Luján Vilca se convirtió en símbolo y evidencia. Cada vez que triunfa Luján, triunfa La Quiaca. No es solo un podio: es el éxito del esfuerzo colectivo sobre miradas sesgadas y ajenas al interior profundo. Es la demostración de que cuando la comunidad empuja, las etiquetas caen y el talento emerge.
La Quiaca eligió medir la gestión por proximidad, no por planillas. En la práctica, eso significa derribar barreras de acceso —físicas, administrativas y culturales— y habilitar trayectorias deportivas, educativas y culturales que antes parecían reservadas “para otros”. Aquí triunfa la humanidad sobre la macroeconomía: la variable decisiva no es el presupuesto, sino la voluntad política de abrir puertas.
El municipio sostiene tres ejes operativos: acompañamiento integral (familia–escuela–salud–deporte), accesibilidad cotidiana (eventos, traslados, apoyos y logística cuando hace falta), y visibilización positiva (poner el foco en capacidades y logros, no en obstáculos). Cuando la Nación se ausenta, la ciudad responde con comunidad organizada y liderazgo cercano.

El mensaje del intendente es coherente con la agenda local: la frontera más difícil no está en los mapas, está en los prejuicios. Por eso la política pública debe ser persistente y empática. No alcanza con una medalla; hace falta un andamiaje que sostenga el después: continuidad, contención y oportunidades de calidad.
Cuando triunfa Luján, triunfa la Quiaca: triunfa la escuela que acompañó, el CEAr que abrió sus instalaciones, la familia que sostuvo, los vecinos que alentaron y un municipio que eligió estar presente. En esa cadena virtuosa se consolida una política que convierte el mérito individual en capital social de toda la ciudad.
La invitación es a seguir escalando: más redes, más articulación, más puertas abiertas. Porque la Quiaca ya demostró que la inclusión no es un discurso; es una práctica diaria que, paso a paso, transforma resultados deportivos en victorias culturales y políticas públicas sostenibles.