Por Jorge A. Lindon // En La Quiaca, en Perico, en Humahuaca o en Tafí del Valle, lo sabemos bien: la recesión no es una teoría, es una condena diaria. La economía argentina, bajo la conducción del presidente Milei y su mascarón de proa financiero Luis Caputo, avanza hacia un colapso anunciado. Y como siempre, el interior profundo es el primero en pagar el costo de este experimento de laboratorio que mezcla recetarios viejos, endeudamiento salvaje y una fe ciega en que el mercado lo cura todo.
Carlos Maslatón, con quien uno puede disentir en estilos pero no ignorar cuando habla con datos, lo dijo sin anestesia: “Este plan económico está terminado”. La frase corta y certera desnuda la mentira que intenta sostenerse con marketing, manipulación estadística y un dólar artificialmente barato. Mientras en Buenos Aires los economistas de traje especulan con curvas y bonos, en el norte los comercios cierran, las economías regionales se desangran y la dignidad productiva se convierte en cenizas.
Caputo dice que hay superávit fiscal. Maslatón responde: “Mienten descaradamente: hay cuatro veces más dinero en circulación y una deuda que crece 300 millones de dólares por día.” No es crecimiento, es una bomba de tiempo disimulada bajo la alfombra del relato.
El modelo no es nuevo: tipo de cambio bajo, tasas astronómicas, deuda para sostener la ficción y un país cada vez más caro. El resultado, también conocido: Martínez de Hoz 1981, De la Rúa 2001. ¿El próximo capítulo? Según Maslatón, una mezcla de ambos: default, deflación en dólares, inflación reprimida en pesos, y una recesión que ya es visible en cada persiana cerrada, en cada changuito vacío, en cada productor quebrado del interior.
¿Y el gobierno? Mientras repite mantras libertarios y frases de memes, sigue beneficiando a los especuladores de siempre, aquellos que juegan con el dólar y fugan capitales mientras el país se hunde. Los sectores productivos, esos que realmente mueven la economía real, están siendo pulverizados.
Este no es un ajuste, es una amputación. No es un plan, es una estafa con fecha de vencimiento. Y el norte, el oeste, el sur y todo el interior del país ya no aguanta más.
📢 Mientras en Buenos Aires se burbujea con excusas, en el interior arde el fracaso. Y esta vez, no hay relato que alcance para apagarlo.