Por Jorge Lindon // En la Argentina de Milei, el siglo XXI se parece cada vez más al XIX. Ayer nomás, en plena audiencia de confirmación ante el Senado estadounidense, el embajador designado Peter Lamelas dijo sin ruborizarse que su rol en nuestro país será “ayudar a Javier Milei a ganar las elecciones”, “recorrer las provincias para frenar las inversiones chinas” y “garantizar que Cristina Fernández de Kirchner reciba la justicia que se merece”.
Es decir: el enviado de Trump —el mismo que no reconoció su derrota electoral y alentó la toma del Capitolio— confiesa abiertamente que no viene como diplomático sino como interventor político, comisario judicial y agente económico. No trae una agenda bilateral: trae un plan de ocupación ideológica y económica que pone en jaque a las provincias, al federalismo, a las alianzas estratégicas del país y a la democracia misma.
La gravedad de esta declaración no puede minimizarse. Lamelas anuncia que va a fiscalizar a los gobernadores y bloquear acuerdos con China porque “podrían generar corrupción”. Es curioso: el propio Trump firmó en 2020 un decreto que permite a las empresas norteamericanas pagar coimas en el extranjero para asegurar sus intereses estratégicos —litio, puertos, hidrovía, energía—. Entonces, ¿a qué corrupción se refiere? A la que no responde a los intereses del norte.
El embajador además afirma que su tarea es “garantizar” la prisión de Cristina Kirchner. Pero ¿quién es él para interferir en el Poder Judicial argentino? ¿Desde cuándo un embajador puede decidir qué político debe estar preso? ¿Dónde queda la soberanía? ¿Qué dice la Cancillería? Silencio. O peor aún: complicidad. El mismo día de sus dichos, Luis Majul —vocero informal del régimen libertario— agitaba la hipótesis de fraude electoral. Un gobierno que teme perder las elecciones empieza a construir el relato para desconocer los resultados.
Esta embestida no es sólo política: es geopolítica. Estados Unidos no tolera que China avance en América Latina con infraestructura, inversión e industria. El Norte Grande, con su litio, sus recursos estratégicos y su cercanía al Pacífico, es la joya del tablero. Y para colonizarlo, necesita gobiernos serviles que repriman a sus pueblos, disciplinen a sus gobernadores y vendan sus recursos al mejor postor. Milei cumple ese rol a la perfección: en nombre de la “libertad”, privatiza el agua, entrega empresas públicas, habilita cortes de servicios a familias humildes y aniquila la industria nacional para permitir que los buitres hagan negocio.
El virrey ya está en camino. Pero en el Norte Grande, donde la historia resiste y la dignidad no se entrega, los pueblos saben oponer rebeldía a la prepotencia imperial. Cuando el embajador Lamelas pise nuestras provincias, encontrará gobernadores, empresarios y comunidades que no se venden ni se entregan. Porque, aunque Milei entregue la patria, hay una Argentina federal que no se resigna a ser colonia.