Este miércoles, la historia argentina vuelve a escribir una página crucial. A las 10 de la mañana, miles marcharán hacia Comodoro Py bajo una consigna que atraviesa generaciones, ideologías y heridas: “Vienen por ella, vamos con ella.” Pero la figura de Cristina Fernández de Kirchner —condenada y ahora bajo prisión domiciliaria— no es hoy sólo un símbolo partidario: es, en esta coyuntura, la expresión de una democracia que resiste ser cercenada.
La atención del mundo está puesta sobre lo que ocurra en esa jornada. Porque no se trata solo de un caso judicial: se trata de un régimen político en disputa. Lo que en la letra de la Corte es un fallo, en la lectura popular se vive como una sentencia contra las libertades. Una “libertad condicionada” que pesa no sólo sobre CFK, sino sobre todo un pueblo.
Cuando el fallo es político, la respuesta también lo es
No hay precedentes, desde la asunción de Javier Milei, de una reacción tan amplia, transversal y espontánea como la que detonó esta sentencia. Sindicatos, movimientos sociales, agrupaciones estudiantiles, referentes de la cultura, organismos de derechos humanos y partidos políticos de todo el arco opositor se unificaron en un gesto tan inédito como inevitable: la defensa activa del Estado de derecho.
El fallo judicial, lejos de dividir, aglutinó. Lo que no logró la recesión económica, ni el vaciamiento institucional, ni el autoritarismo discursivo de la presidencia, lo produjo un fallo que, en vez de impartir justicia, parece haber sellado un pacto corporativo para disciplinar a la política. Y ahí emergió una verdad histórica argentina: cuando la democracia tiembla, el pueblo camina.
Argentina bajo la lupa internacional
La comunidad internacional no observa este momento con indiferencia. En los últimos días, medios globales, centros financieros y organizaciones de derechos humanos comenzaron a pronunciarse —o a mirar con preocupación— el rumbo que adopta la Argentina.
Un presidente que anticipa su candidatura a tres años, una Corte que actúa al ritmo del Ejecutivo, y un intento visible de desarticular la protesta callejera, no solo preocupan puertas adentro. También erosionan el perfil liberal que Milei pretendía instalar como marca global. Porque no hay mercado que confíe en un país que reprime el disenso ni hay inversión que aterrice donde se silencian las voces opositoras.
El “mileísmo” global, construido en foros y plataformas digitales, empieza a resquebrajarse ante la evidencia de que el supuesto libertario actúa con reflejos autoritarios, buscando evitar una imagen que puede ser devastadora: la de un pueblo en la calle diciendo basta.
Un miércoles germinal para el antimileísmo
Este miércoles no es sólo una marcha. Es un día germinal. Es el inicio de un nuevo capítulo en la política argentina: el surgimiento de un frente democrático, plural y popular, que no necesariamente gira en torno a CFK, pero sí reconoce que lo que se le hace a ella, se le hace a todos.
La prisión domiciliaria no silencia. El pueblo no necesita invitación para salir. Cristina no irá, pero estará presente en cada bandera, en cada grito, en cada paso que se dé hacia Comodoro Py. Y el mensaje será claro: la democracia no es un trámite judicial ni un algoritmo financiero; es una práctica viva, conflictiva, plural y profundamente popular.
El gobierno intentará minimizar la marcha, ocultarla, deslegitimarla. Pero la historia ya la registra como el día en que el pueblo recuperó su centralidad frente a un proyecto de poder que desprecia al pueblo. Este miércoles puede ser el punto de inflexión que el antimileísmo necesitaba. No como una consigna electoral, sino como una conciencia política en formación.