“Libre comercio ayer, estancamiento hoy: ¿Qué nos dice la historia sobre las exportaciones argentinas?”

“Libre comercio ayer, estancamiento hoy: ¿Qué nos dice la historia sobre las exportaciones argentinas?”


La paradoja del comercio exterior argentino

Una reciente publicación en redes sociales, acompañada de un gráfico del Banco Mundial, señala una inquietante realidad: en términos reales, Argentina exporta hoy lo mismo que hace veinte años. Esta línea plana en el tiempo es más que una estadística; es un símbolo del estancamiento estructural del país. Pero lo interesante es el anclaje histórico que propone el autor del post: “La Revolución de Mayo ocurrió para lograr el libre comercio con Inglaterra”. Ese paralelismo entre 1810 y 2025 invita a una reflexión más profunda sobre la relación entre la política exterior argentina, su inserción en la economía global y los errores —y fantasmas— que se repiten.


1810: libre comercio, sí, pero bajo presión

La Revolución de Mayo no fue un grito soberano exclusivamente motivado por la libertad política. Detrás del velo ideológico, operaban intereses comerciales claros. El Virreinato del Río de la Plata había quedado aislado de la metrópoli por la invasión napoleónica a España. En ese vacío de poder, los sectores criollos, especialmente los comerciantes del puerto de Buenos Aires, vieron la oportunidad de romper con el monopolio colonial y abrir el comercio directo con Gran Bretaña, una potencia naval que ya se había afianzado en el Atlántico Sur tras las invasiones de 1806 y 1807.

El libre comercio no fue una conquista ideológica, sino un pacto de conveniencia. Inglaterra necesitaba materias primas y nuevos mercados; Buenos Aires quería desplazar al centralismo español y posicionarse como nuevo eje comercial del Cono Sur. Así, la independencia comenzó con una apertura económica más pragmática que emancipadora.


2025: una libertad sin músculo exportador

Dos siglos después, el panorama es el reverso de aquel entusiasmo. El gráfico compartido en redes —basado en datos del Banco Mundial en dólares constantes de 2015— muestra que Argentina, tras un ciclo ascendente entre 2002 y 2011, vive desde hace más de una década una meseta exportadora. No ha logrado diversificar su matriz productiva ni integrar cadenas de valor complejas. La “libertad” de comerciar con el mundo hoy no alcanza si no hay productos competitivos, inversión sostenida ni políticas industriales estables.

En 1810, Argentina quería comerciar con Inglaterra. En 2025, sigue dependiendo de precios internacionales, condiciones climáticas y ciclos financieros globales. No hay valor agregado suficiente, ni ampliación de mercados reales. Y si bien Inglaterra ya no es nuestro socio central, su legado económico aún opera simbólicamente: seguimos anhelando ingresar a un club del que nunca terminamos de formar parte.


¿Y el vínculo actual con Inglaterra?

Aunque Reino Unido dejó de ser el principal socio económico de Argentina en el siglo XX, sigue ocupando un rol relevante en áreas estratégicas. Londres mantiene una presencia firme en el Atlántico Sur a través de las Islas Malvinas, lo que condiciona cualquier intento argentino de control marítimo y explotación de recursos en la región. En términos comerciales, las exportaciones argentinas al Reino Unido representan menos del 2% del total, pero el vínculo financiero —a través de fondos de inversión con sede en la City— sigue vigente, especialmente en la renegociación de deuda externa.

El libre comercio con Inglaterra ya no es una prioridad explícita, pero la lógica subyacente sigue operando: Argentina continúa subordinando su desarrollo a actores externos, sin una estrategia nacional de acumulación que le permita negociar en pie de igualdad.


El desafío: aprender del pasado sin repetirlo

La historia argentina muestra que el libre comercio ha sido una consigna útil para sectores privilegiados en momentos de reacomodamiento del poder. Pero sin industria fuerte, sin infraestructura moderna ni una moneda estable, ese comercio se convierte en dependencia. Hoy, Argentina debe decidir si sigue oscilando entre aperturismos ingenuos y cierres estériles, o si se anima a diseñar un modelo de inserción internacional basado en inteligencia estratégica y consenso productivo.

La Revolución de Mayo fue, entre otras cosas, una revolución comercial. Lo que Argentina no ha logrado, más de dos siglos después, es construir soberanía económica real. Exportar hoy lo mismo que hace 20 años no es una falla técnica: es un fracaso estructural. Y es, también, el reflejo de una clase dirigente que sigue confundiendo libertad con subordinación.

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