Juventud rebelde, grieta global y la crisis de las generaciones
Perico Noticias // En una Argentina marcada por el colapso de los relatos políticos clásicos, emerge una nueva generación que no busca redención, sino venganza. Jóvenes de entre 16 y 30 años —principalmente varones— se autodefinen como justicieros en un mundo que los excluye, y votan no por memoria, sino por ruptura. No recuerdan la dictadura, descreen de la transición democrática y se mofan del progresismo como si fuera un disfraz hipócrita. El fenómeno, aunque visible en nuestro país, es global: desde Corea del Sur hasta Estados Unidos, el cansancio social frente a lo “políticamente correcto” ha producido una ola reactiva que toma las formas de Andrew Tate, Bolsonaro, Bukele o Milei.
Andrés Malamud lo explica con claridad: estos jóvenes no se perciben como crueles, sino como víctimas. Víctimas de un orden que los excluyó del mercado laboral, de la vivienda, del futuro. De allí su furia con el feminismo, la corrección política, el progresismo cultural. Y por eso celebran el ajuste, la represión, la motosierra, como herramientas de justicia invertida: no quieren mejorar el sistema, quieren hacerlo arder.
El error de las generaciones mayores —en Argentina y en el mundo— fue dar por sentado su superioridad moral, sin hacer autocrítica sobre sus propios fracasos. En nuestro caso, esa soberbia se tradujo en una idea congelada de la democracia: juzgamos la dictadura, pero no desmontamos el poder civil, mediático y judicial que la sostuvo. Dejamos intactas las estructuras que empobrecieron, endeudaron y manipularon. Los jóvenes, que crecieron viendo ese fracaso, decidieron patear el tablero. Eligieron lo incendiario antes que lo hipócrita.
Superar la grieta generacional no implica reconquistar a los jóvenes con nostalgia ni con clases de historia: hay que escuchar su descontento, sin negarlo ni criminalizarlo. El desafío es proponerles un nuevo contrato social que no los tutele, sino que los convoque. La democracia no puede ser solo memoria; tiene que ser también presente y futuro.
Si no hay dignidad, no hay puente posible entre generaciones. Y sin puente, el abismo seguirá creciendo. Hoy votan con rabia. Mañana, podrían construir con esperanza. Pero solo si alguien se anima a hablarles en su idioma, sin mentirles, sin subestimarlos, sin miedo.