“Milei apagó la economía y la inflación sigue prendida fuego: estanflación, desempleo y un país en pausa”

“Milei apagó la economía y la inflación sigue prendida fuego: estanflación, desempleo y un país en pausa”

La nueva cifra de inflación –otra vez en alza– terminó de desnudar la trampa del discurso oficial: el “león que venía a domar la inflación” terminó replicando los mismos números que criticaba, pero con una diferencia brutal: hoy la economía está en terapia intensiva.

Durante los primeros meses del año el equipo económico de Milei forzó un frenazo salvaje de la actividad para mostrar un número: bajar la nominalidad a cualquier costo. Hubo recorte a jubilados, licuación de salarios, parálisis de obra pública, caída récord del consumo y un desplome de la industria y el comercio que no se veía hace años. El “plan” fue simple: matar la economía para poder mostrar un índice.

El resultado es el peor de los mundos: estanflación. Inflación todavía alta, con tendencia al alza, y una economía real que no reacciona. No hay rebote, no hay “V”, no hay “pipa de Nike”: hay un llano largo y cada vez más frío.

Mientras tanto, los datos de actividad y empleo privado son lapidarios:

  • Caída generalizada de ventas en comercio y supermercados.
  • Industria con utilización de capacidad instalada muy por debajo de niveles necesarios para invertir.
  • Construcción desplomada tras el serruchazo a la obra pública.
  • Empresas que ajustan por la vía clásica: suspensiones, despidos, cero nuevas incorporaciones.

En este contexto, hablar de reforma laboral como motor de empleo es casi una burla. Nadie contrata personal porque le toquen un artículo del régimen de indemnizaciones en un escenario de consumo destruido, tasas altas y demanda deprimida. El problema no es el derecho laboral: el problema es que no hay mercado interno, no hay horizonte de crecimiento y no hay previsibilidad mínima para planificar inversiones productivas.

Incluso economistas claramente ortodoxos y ex funcionarios de Cambiemos vienen marcando un punto clave: los únicos sectores que hoy muestran algo de actividad –minería, petróleo, agro– son intensivos en capital y muy poco intensivos en empleo. Pueden aportar dólares, pero no sostienen por sí solos el tejido laboral argentino. El resto del aparato productivo está en coma farmacológico.

A esto se suma otro dato político-económico central: no hay plan coherente.
Lo que se ve es una mezcla tóxica entre:

  • El miedo obsesivo de Milei a que suba la inflación y se le caiga el único argumento comunicable.
  • Un Caputo que administra caja, no un programa de desarrollo.
  • Un gobierno que vive de parches, anuncios en redes y acuerdos opacos, sin una hoja de ruta clara sobre qué país quiere construir.
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No hay estrategia industrial, no hay política de ciencia y tecnología, no hay modelo exportador articulado, no hay diseño de infraestructura a 10–15 años. Solo ajuste, marketing y especulación financiera. Mientras tanto, se negocian acuerdos comerciales con Estados Unidos u otros bloques sin transparencia, sin debate público y sin un mínimo consenso interno sobre qué sectores se protegen, cuáles se potencian y cuáles se reconvierten.

La motosierra tiene además un costo estructural enorme:

  • Rutas y trenes sin mantenimiento, con emergencias ferroviarias que ya pusieron en riesgo vidas y hoy comprometen el futuro logístico del país.
  • Sistema científico y universitario asfixiado, justo cuando el mundo compite con conocimiento, datos y tecnología.
  • Estado desarmado en áreas clave (salud, infraestructura, desarrollo productivo), lo que hipoteca cualquier intento serio de crecimiento.

En paralelo, la vida cotidiana de las familias se ordena alrededor de tres palabras: endeudamiento, recorte y resignación.

  • Hogares que pagan la tarjeta para poder comprar comida.
  • Clases medias que queman ahorros para sostener un estándar de vida cada vez más modesto.
  • Jubilados con haberes pulverizados, sin planes de recomposición real.

Queda claro que el gobierno compró tiempo a fuerza de licuar ingresos y vender activos. Compró calma financiera, no futuro productivo. Compró veranitos electorales, no desarrollo.

La pregunta de fondo ya no es si Milei puede “bajar la inflación”: está claro que no lo hizo ni lo hará en los términos que prometió. La pregunta estratégica es otra: ¿cómo se sostiene socialmente un modelo que no crea empleo, destruye el salario real y solo incluye a un 30% de la población, dejando al resto afuera?

La respuesta es inquietante: no se sostiene. Se aguanta un tiempo, con miedo, bronca dispersa y la esperanza de que “peor no se puede estar”. Pero el deterioro es acumulativo: cierre de pymes, expulsión de trabajadores formales, informalidad creciente, salud mental golpeada, violencia y fragmentación social.

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En ese escenario, lo único responsable –desde cualquier mirada política seria– sería construir una alternativa de gobierno con programa, no quedarse sentado esperando que “esto explote solo”. Porque cuando un modelo así implosiona, no cae solo el gobierno de turno: se lleva por delante tejido productivo, confianza social y capacidad estatal.

Hoy, el diagnóstico es claro:

  • La economía está muerta.
  • La inflación sube.
  • El plan no existe.
  • El empleo no vuelve.

Lo que falta no es más motosierra ni más marketing. Lo que falta es Estado inteligente, proyecto de país y conducción política capaz de articular desarrollo, trabajo y dignidad.

Mientras ese reemplazo no aparezca con fuerza y programa, Argentina seguirá en modo Milei: un país en suspenso, con la economía apagada y los precios todavía prendidos fuego.

¿Desde que asumió Javier Milei, ¿tu situación económica personal?

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